En el autobús, comenzó el placer

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Mirándome al espejo me dí cuenta que tal vez era ya tarde para arrepentirse, que ya el error se había cometido. Aún con una intervención quirúrgica para agrandar mis seno y traseros, nadie me tomaba en cuenta, seguía siendo la chica más impopular de toda la facultad. Quizás esto se deba a mi personalidad o a que simplemente nací para estar soltera.

 El cielo azul como nunca e inundado de luz por parte del dorado sol, hacía parecer que hoy iba a ser un día de oportunidades, un día especial. Como era de costumbre tomé el autobús hacia mi casa. Allí me fui sentada con un chico bien peculiar, por lo que notaba en su cara debía tener alrededor de unos 20 años, tenía una cara "normal", es decir, ni tan fea ni bonita. En conclusión, era un tipo bastante corriente de una estatura promedio. 

 Todo el día se habría desarrollado tan monótono como siempre, si tan solo el no me hubiera llamado la atención preguntándome acerca de que si leía historietas. Lo tuvo que haber notado por la playera que llevaba encima. Estuvimos conversando durante todo el viaje hasta que llegó aquel momento, esa instancia en la que teníamos que despedirnos, lo hicimos, pero ninguno de los dos nos pedimos algún medio de contacto. Sin embargo, por lo menos sabía su nombre: Matías.

- ¡Adiós Martina!- pronunciaron sus labios cuando se estaba bajando.

  Acostumbraba a pensar que a los hombres solo se preocupaban del físico, por eso había tomado la decisión de operarme, de siempre cuidar mi oscuro cabello y de siempre cuidar mi línea, no obstante al conocer a Matías me había dado cuenta de lo equivocada que estaba. 

 La rutina se comenzó a repetir cada día, mientras estos transcurrían más hablábamos y mejor nos conocíamos. Por mi parte esas conversaciones me hacían sentir más querida, y en consecuencia, más sensual. Su imagen prevalecía y mi corazón renacía, que se agitaba pensando en él, considerándolo a él casi tan importante como mis sentimientos.

  Un Martes de primavera hacía mucho calor, por lo que decidí ponerme de atuendo una blusa y una falda. Ese día también nos íbamos a juntar en mi casa a ver una película. Por desgracia el calor era tan sofocante que mis senos humedecidos quedaban marcados continuamente en la blusa. Matías, siempre respetuoso, solo me miraba a mi cara. 

El camino había sido largo y cansador, pero por fin estábamos al frente de la puerta. Apenas al entrar a la casa me agarró de la cara y me dio un beso. Sentía sus manos acariciando mis mejillas, convirtiéndome en momentos en una niña de sueños irrompibles y tan brillantes como la luna. Expresaba toda su intensidad al manifestar sus deseos, su ternura, su adoración por los colores, su interior que refleja un arco iris lleno de optimismo. Al principio los besos fueron tímidos pero poco a poco se hicieron más apasionados, me abrazo y atrajo hacia él, mis senos se apretujaban con su pecho, nuestras lenguas se entrecruzaban batiéndose a duelo. De pronto, comenzó con violencia a besar mi cuello, apretaba mis senos con sus manos, como podía trataba de acariciarlo con mis manos, dirigí mi mano a su pantalón y pude sentir su enorme miembro. Comenzó a desabotonar mi blusa y la quitó con ansiedad, miró mis pechos con deseo, los beso por encima del sostén mientras sus manos acariciaban mi cola. El deseo era enorme de ambos, entonces, lo abracé y comenzamos a besarnos apasionadamente.

Le quité la polera  y quedé sorprendida, su anatomía era hermosa, era un cuerpo musculoso de piel morena resaltando. Acaricie su pecho y comencé a besarlo. Nos dirigimos a la habitación me colocó en mi cama y comenzó a desnudarme. Me quitó los zapatos, la falda que tenía puesta, la blusa mojada con el sudor y quedé solo con la ropa interior, mientras podía ver en su pantalón como su bulto crecía. Mi ansiedad estaba al máximo. Me senté en la cama y comencé a desabrochar su pantalón, se quitó los zapatos y bajé su pantalón, quedando él también en paños menores. Su bulto era enorme, lo acaricié con mis manos. Pude ver que le gustaba. Entonces comencé a masajear su intimidad con las yemas de mis dedos después de humedecerlos con mi boca, con lo que él mordía sus labios ahogando sus gemidos. Me gustaba ver esa expresión, de modo que para seguir contemplándola decidí besar su instrumento. Subí por su tronco y llegué a la cabeza, pasé mi lengua por toda la cabeza. Imaginándolo dentro de mi coño, no pude resistirme más y comencé a mamarlo. Tomo mi cabeza con su mano, comenzando a moverse, metiendo y sacando su pene de mi boquita , había momentos en que me atragantaba y me tocaba detenerlo un poco con la mano.

Al cabo de unos minutos, de estarlo mamando, me levantó y quitó la tanga que traía puesta, dirigió su mano hacia mi conchita. Logrando acariciarla, abrí un poco las piernas para facilitarle las cosas. Al cabo de un par de minutos comenzó  a lamer mi cuerpo,  introdujo mis senos en su boca y mis gemidos no se hacían esperar, estaban duros y su boca los hacía estremecer.

Fue cuando se recostó, dejándome encima de él, que comencé a cabalgarlo. Con sus manos acariciaba mis pechos duros, con las mías me cogía la cola tratando de abrir más mi orificio para que ingresara más profundo el pene, me recosté un poco sobre su pecho y comencé a besarlo, aprovechó para hacer un mete y saca a gran velocidad. El estremecimiento que sentía era delicioso. Sentir como entraba y salía ese miembro de mi conchita apretada me llenaba de un dolor, pero a la vez con un profundo placer. Comencé a jadear y el primero de los muchos orgasmos llegó devastador, haciendo que me retorciera como si quisiera escapar de algo que en realidad no quería. Más tarde él también se corrió. 

Al terminar me acurruqué sobre su pecho y ambos nos quedamos dormidos.

 

 


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