Predicción mortal

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En la oscura y húmeda sala de interrogatorios, esposado a la mesa, agacho la mirada y contemplo en silencio sus sucias uñas. Un sentimiento de derrota se apodero de su interior cuando asimiló las palabras de los inspectores. Ya no quedaba lugar a dudas. Era el fin de su retorcida maquinación. Ya no podía inventar mas mentiras. La policía lo había descubierto todo.

Los inspectores dejaron sobre la mesa el taco de folios en blanco esperando a que el acusado, rendido, les diera una confesión completa. Sus sentimientos, a pesar de la rabia y asco, eran de satisfacción al saber que el indecente deshecho humano, como ellos le llamaban, habia sido atrapado.

El entramado de blancas fibras que formaban el folio de papel se estaba tiñendo de azul al absorber la tinta que junta formaría una confesión. Confesión que acabaría en manos de un juez y eso ocasionaría el encerramiento en prisión de nuestro acusado. Un hombre moreno, de complexión fuerte, entre 20 y 35 años según el informe policial.

La confesión relataba los hechos ocurridos dos años atrás en una urbanización familiar, tranquila, famosa por la seguridad y la unión de todos sus vecinos. En la que no era necesaria ningún vigilante ni cámara de seguridad. Donde por el día las puestas de las casas permanecían abiertas y se llevaban tartas de manzana de casa a casa. Los niños correteaban por la carretera peatonal empapados en agua de los aspersores de riego, dejando las huellas de los pies mojados sobre la acera.

Aquel viernes en el jardín delantero de la casa de Leyla la hierba se doblaba y aplastaba debajo de las botas de una oscura figura agazapada detrás de los setos que limitaban el camino de acceso al garaje. Los ojos de aquella figura podían ver, a través de las cortinas blancas de encaje, como los finos dedos de Leyla pasaban entre los rizos de su pelo castaño. Tumbada en el sofá, Leyla, observaba como la muchacha de la televisión advertía de fuertes trombas de agua en esa zona de la ciudad a pesar del calor que reinaba en la atmósfera. Con la mirada perdida en las lineas de isobaras y los dibujos apocalípticos de nubes y lluvia no distinguió el ruido procedente de el jardín trasero, confundiendolo con su gato persa.

En el emplazamiento publicitario caminó descalza a la cocina en busca de su cena, un sanwich mixto que dejó envuelto en celofán en la tercera balda de la nevera. Habiendo traspasado la encimera su corazón se paró de repente, sus bellos se erizaron y adoptó una postura erguida quedando de puntillas en el mismo momento el que el gato salto de la encimera y corrió delante suyo. Una vez repuesta abrió la nevera, dio un sorbo a la botella de zumo que estaba en la puerta y se acordó de lo que diría su madre si no se hubiera ido con su padrastro a ver la obra de teatro en la que participaba su hermana a 80 kilómetros de allí.

Su mano agarro el sanwhich protegido por el frio celofán mientras la otra todavía agarraba la manilla de la pesada puerta. Con un empujón de su mano la cerro mientras sus pupilas se dilataban y el sanwich se golpeaba contra el suelo esparciendo el contenido de su interior por las lisas baldosas. Un fino sonido de vacío, como cuando de pequeña se ponía una caracola al oído esperando escuchar las olas del mar y solo escuchaba el silencio; fue lo ultimo que sintió mientras su cuerpo descansaba boca abajo en las baldosas negras que formaban el suelo de la cocina.


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