Úfalar ( Un Olor Extraño, 3ª Parte)

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El miedo a aquel bosque estaba más que justificado, pues era el hogar de los ogros. Jarqui jamás había visto alguno. Al igual que casi toda la gente joven de Glemirión, solo había escuchado las leyendas que contaban los ancianos que lucharon en la guerra contra ellos, mucho antes de que existiera la tregua y los tributos. Estas abominables bestias habitaban en profundas galerías bajo tierra, a donde ya no alcanzaban las raíces de los viejos árboles del bosque. Eran del tamaño de dos hombres fornidos, su piel era áspera, verrugosa y de un tono gris oscuro. Tenían orejas puntiagudas, ojos saltones que brillaban con luz roja y una enorme boca, llena de afilados dientes. Vestían con pieles de animales e iban armados con garrotes de madera en bruto, pues no eran demasiado hábiles en los trabajos artesanales como la sastrería y la herrería. Eran feroces como lobos y siempre estaban hambrientos de carne fresca, sedientos de oro, ávidos de poder. Pese a la devoción desproporcionada que sentían por toda clase de materiales preciosos, existía un objeto en aquellas madrigueras, que guardaban con mucho mas recelo y adoración que cualquier otro tesoro, o al menos eso decían las leyendas.

-Esta es la última carga Ádrum –Gruñó una de las voces, mientras Jarqui volvía a ocultarse bajo los cadáveres-. Solo han dejado un puñado de ciervos, con esto Orzom no tendrá ni para abrir boca.

-¡Pero fíjate Brom! –Espetó Ádrum relamiéndose, y su voz pareció un rugido-. Parece que los cazaron hace poco, son grandes y su carne debe estar tan tierna como la mantequilla. Sería capaz de devorarlos aquí mismo, si no fuesen todos para él.

-Calla y confórmate con que nuestro venerado señor, te deje relamer los huesos. Orzom no comparte estos suculentos bocados con nadie –Dijo Brom con resignación. Jarqui, estaba aterrorizado mientras escuchaba la conversación de los ogros, a los que alcanzaba a ver entre los lomos de dos de los ciervos. Era cuestión de tiempo el que lo descubrieran, y solo los dioses sabrían lo que le podría ocurrir.

Empezó a notar como Ádrum y Brom aliviaban el peso que recaía sobre sus piernas, pero aun seguía sin poder moverlas. Estaba sudando y temblando, nunca había sentido tanto miedo como en aquel momento.

-¿Qué te pasa Brom? –Pregunto Ádrum con enfado-. ¿Por qué estás ahí parado? ¿Acaso esperas a que cargue yo con todos los bultos que nos quedan?

-Hay un olor extraño aquí –Dijo Brom olfateando el aire de alrededor con sospecha.

-Si, ahora que lo dices yo también lo noto –Dijo Ádrum en la misma actitud que su compañero-. No son los ciervos muertos, pues no es olor a muerte lo que percibo.

-Está vivito, coleando y no debe andar muy lejos –Dijo Brom con malicia, y sus ojos se encendieron y brillaron con una luz roja muy intensa, como cuando el viento sopla entre las ascuas de un fuego. Jarqui lleno de pánico, esperaba su final maldiciendo el momento, en el que le pareció una buena idea tirarle una pedrada a aquel gamberro.


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