¡ESO SE LLAMA BOLLO!

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¡ESO SE LLAMA BOLLO!

 

Esa mañana Maritza se decidió por fin. No soportaba más aquellos extraños dolores en el bajo vientre, y aunque sentía una enorme vergüenza de confesarle al doctor su sospecha de que estaba padeciendo una enfermedad venérea, el salir de dudas pesó más que la humillación de abrirse de piernas encima de una camilla. Para la ocasión, se colocó el blúmer de encajes negro que el mes pasado le trajeran de España, el vestido verde botella que tanto le ajustaba el talle, y sus mejores y más sonoros tacones de puya.

 

El doctor Gálvez estaba dando ese día una de sus últimas consultas. Las quejas ya eran demasiadas, y la dirección del hospital decidió por fin intervenir. Siempre había sido un médico modelo. Hasta tenía en su haber un par de misiones a África. Por eso resultó difícil creer todas aquellas obscenidades que le atribuían los pacientes. Al parecer, la responsable de ese cambio en su conducta había sido una fiebre muy alta que padeció el mes anterior, y que al marcharse, se llevó con ella buena parte de la cordura de Gálvez, dejándole a cambio una demencia senil anticipada.

 

-Desde hace días tengo un dolor ahí, doctor –comenzó a decir Maritza, completamente turbada, aunque se alegró de que estuvieran a solas en la consulta. Le habían dicho que, como una estrategia para que fueran adquiriendo oficio, siempre acompañando al doctor, había montones de estudiantes observando y tomando apuntes.

 

-¿Ahí dónde? –el doctor Gálvez la miró directamente a los ojos.

 

-Usted sabe, ahí, en los bajos….

 

-No la entiendo. ¡Explíquese! –pareció torturarla el médico-. ¿Dónde tiene el dolor?

 

-Bueno, ahí, en el pipi… -dijo tímidamente Maritza.

 

-¿En el pipi? –preguntó en un rugido de extrañeza Gálvez-. ¿Qué cosa es pipi? ¡Eso no se llama pipi! ¿Cómo se llama eso?

 

-¡Ay, doctor, en la vagina!...

 

-¿Cómo se llama eso? –ignoró él su comentario.

 

-¡Ay, no sé, no sé…. –dos lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Maritza.

 

-¡Eso se llama BOLLO! –dijo el doctor recalcando la palabra-. ¡BOLLO! ¡Tienes dolor en el BOLLO!

 

Maritza estaba atónita. Pensó irse, pero decidió que si ya había llegado hasta aquí, al menos esperaría el resultado. Cuando el médico diagnosticó finalmente que sólo se trataba de una infección urinaria, se arregló con rapidez el vestido, y salió sin dar las gracias. Él abrió la puerta tras ella, que mientras se alejaba taconeando avergonzada y con mucho apuro por el pasillo repleto de pacientes, tuvo que soportar aún la estridencia de su voz:

 

-¡Qué no se le olvide! ¡Eso se llama BOLLO!...

 

 


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