Paja: no queda otra.

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Las voces más altisonantes llevan siglos predicando que la vida humana es sagrada. Son las voces de los que siempre mataron y siguen matando para la consecución de sus fines político-económicos: reyes, presidentes, jueces, oligarcas, terratenientes, curas,…

Los idiotas siguen creyendo en esa tontería.

Pero les gustan las carnicerías colectivas, las batallas tremendas y desiguales.

Como los que siempre mataron y siguen matando controlan los medios de comunicación, esas matanzas tienen muy buena prensa, que las disuelve en eufemismos, mentiras, números, estadísticas, basura mediática e hipocresía mal enmascarada. Casi siempre, alegan que son en defensa de “la libertad”, de “la democracia”, “del pueblo”, ósea  de los idiotas que siguen creyendo. Nunca que son para seguir generando las condiciones de posibilidad de la persistencia de su perversa hegemonía.

 El homicidio con una o dos víctimas, en cambio, tiene muy mala prensa. Las voces más altisonantes censuran los homicidios al por menor. En consecuencia los idiotas también.

Pero no fue por el que dirán, los idiotas, que no la maté.

No la maté por miedo a que fuera por rencor, por despecho, por esas cosas que surgen cuando una mujer no hace lo que uno espera que haga o lo hace con otro hombre.

Y además porque: ¿Qué rédito tendría para mí, muerta en vez de viva, disfrutando la vida con otro?

 ¿Qué hizo Claudia con otro tipo? ¡Sería más breve hablar de lo que no hizo! En una única sesión, que presencié por un hecho fortuito, agotó el repertorio de fiesta-diversión sexual bulliciosa. Volví un día antes de un viaje al interior del País e ingresé a casa sin avisar. Escuché jolgorio en el dormitorio iluminado a plena luz. Asomado a la puerta, protegido por la penumbra del pasillo, la vi con nitidez con las piernas abiertas al máximo y, hundida la cabeza entre ellas,  un tipo rubio corpulento, obviamente trabajándole la concha con la lengua.    

-Uhhhyyyy!!.... ¡Ahhhhhh!... ¡que buenoooo!..... ¡ahhhh!..... ¡me encanta,...!   ¡siiiiiii!.... ¡mi amoooor! – aprobaba Claudia, con ambas manos en el cabello de su compañero como asegurándose que no se apartara de su entrepiernas.

De pronto las posiciones se invirtieron, el tipo de espaldas y ella, al costado se introducía y  sacaba de la boca una verga considerable con las venas perfectamente marcadas, mientras con la mano derecha, masajeaba los huevos de su amigo. Éste le acariciaba la cola.

Reprimí el impulso de lanzarme a interrumpir el banquete.

Transcurridos unos minutos, Claudia soltó la boca de la presa y se montó encima de su compañero. Se besaron largamente, al cabo ella, siempre agachada, se introdujo el tótem y comenzó a coger a su hombre que le agarraba con ambas manos, ahora el culo ahora las tetas sin hacer ningún movimiento con la parte baja de su cuerpo. ¡Para que, si todo lo hacía su compañera! Me llegaban los gemidos, y comentarios breves pero laudatorios de mi esposa.     

Impresionaba el recorrido ascendente para “sacar” la descomunal poronga, para luego enterrársela en la almeja con el acompañamiento de un gemido o exclamación de placer.

Luego vinieron las variaciones. Era obvio que se conocían bien y sabían lo que debían hacer para darse mutuo placer.

Claudia se incorporó sin interrumpir el vaivén, que ahora era cabalgata. Cuando le pareció que era suficiente esa variante, giró el cuerpo 180 grados y siguió con los "saltos de rana". Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. Era el retrato vivo del placer. De pronto se acostó de espaldas sobre el cuerpo de su amigo, que ahora sí, tuvo que mover el esqueleto, bombeando de abajo hacia arriba, mientras con una mano acariciaba las tetas y la otra masajeaba el clítoris,  la concha, llena de la enorme poronga, de Claudia  que emitía todo un catálogo de sonidos de disfrute. El orgasmo fue apoteótico, un concierto de suspiros, gemidos y gritos de placer. Claudia se derrumbó de espaldas al lado del amante con la verga, aun medio erecta, brillosa por los jugos vaginales y chorreando semen. Me hizo pensar en un cañón humeante (chorreante en este caso) después del  disparo; el tiro debe haber inundado de leche la cachucha, que yo iluso, hasta esa tarde, pensé que era sólo mi blanco.

No voy a dar detalles pero hubo un segundo “tiro”; esta vez en el culo de mí, ahora, ex – esposa.   

 Por último, y la verdad verdadera: que mierda voy a matar si la sola idea de lastimar a alguien me repugna, si creo que asesinar ratifica la extrañeza de lo humano en la naturaleza, nuestra condición absurda, que le dicen.  

 La paja, con perdón de la palabra, es una falsificación de la vida sexual ¿No es así? Hasta puede convertirse en una vida sexual, substituta de la que acabas de perder.

Ya vendrán tiempos mejores.

En el mientras tanto, yo me masturbo.


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