Sé lo que hice este verano (4 de 6)

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Cuando quise darme cuenta, y estando a punto de caramelo, percibí la presencia de la pareja de mediana edad junto a nosotros, haciendo exactamente lo que antes habíamos experimentado nosotros: curiosear y disfrutar con el placer ajeno. Una situación que me cortó un poco el rollo, aunque sabía que mi ropa tapaba las vergüenzas más explícitas. Algo que también conocía Juan y que resolvió unilateralmente levantándome la tela sobre la espalda mostrando, por lo tanto, el panorama pornográfico que nuestros sexos protagonizaban. No quise adivinar las caras de los espectadores, me centré en mi placer y, por alguna extraña razón sentí una timidez poco habitual, volví a tapar la zona cero y recuerdo poco más de aquel preciso instante, porque Juan me atrajo hacia sí para cuchichearme al oído que iba a eyacular muy pronto y, sin dejar que asumiera esa información, me empujó a un lado para posarme boca arriba, arrastrarme hacia el borde del somier y levantar mi falda para abrirme las piernas dobladas a tope ofreciendo mi gruta a la vista de todos. Entonces me empaló de nuevo estando él de pie, junto a los dos curiosos. Comenzó a follarme muy rápido, haciendo sentir su presencia dentro de mis entrañas hasta hacer que mi propio orgasmo le salpicara sobre el pubis lubricando aún más sus envites finales. Mientras yo gemía y temblaba de pura lujuria, y nuestro entorno suspiraba de sorpresa, mi compañero salió de mi interior para iniciar su descarga sobre mi estómago contraído, mis tetas afiladas y mi coño irritado. Creo que escupió 4 ó 5 chorros enormes de semen que dejaron todo mi torso y mi tela manchados de leche. Solo consigo recordar un “joooder” de alguno de los presentes, pero poco más.

 

Mi macho y yo permanecimos estirados un rato antes de reaccionar y decidir marcharnos. Él puso su brazo bajo mi cabeza y quedó estirado a mi lado durante ese período de reflexión en el que, además, se suele repasar mentalmente todo lo ocurrido. Yo permanecía con la blusa abierta y la piel y la falda mojadas de semen licuado. "Vaya una descarga" le comenté de forma muy discreta pero acompañando la sentencia con una sonrisa. Él me comentó que siempre ha soltado mucha leche, y que a alguna mujer con la que ha estado le ha dado mucho asco. Yo le apoyé confirmando que no había nada más sexy que una buena descarga tras un momento sexual contundente, y que donde hubiera una buena corrida que se quitaran los toros. Nos reímos con éste y algunos comentarios posteriores más, y resquebrajé ese momento de romanticismo inapropiado yendo al lavabo contiguo para limpiarme y acicalarme bien. Posiblemente, mi chico estaba ya al otro lado de la puerta, esperándome, y no quería mostrar ni un solo resto de mis momentos con Juan. Me despedí de él con un beso en la mejilla y fui al encuentro de Andrés.

 

Durante el camino de vuelta a casa no entramos en detalles acerca de nuestro intercambio sexual, solo nos aseguramos de que el otro lo hubiera pasado bien. Por supuesto no le pregunté con quién folló él, sobre todo porque tampoco me interesaba a mí explicarle que el tipo del bar de debajo de casa, el camarero que nos servía el café todas las mañanas, tenía un rabo de negro que había servido para taladrar a su novia. No creo que se sintiera muy cómodo conociendo la identidad de mi amante forzoso, si es que realmente no lo sabía ya. Mientras tanto, los momentos cafeteros durante los días siguientes se me antojaban un poco incómodos, ya que el propio Juan solía sonreírme furtivamente en cada servicio, sabiendo perfectamente que la situación me daba más morbo que miedo. Yo nunca le devolvía la sonrisa y creo que era precisamente eso lo que le excitaba aún más. He de reconocer, no obstante, que en varias de mis últimas pajas había fantaseado con el rabo de Juan y con todo lo que de él salía. Acababa manchando mi consolador como pocas veces antes, y le hacía una captura con la intención de enviársela con un pie de foto: “mira cómo me pones”. Pero al final nunca me animé a ello. Y no es que mi novio Andrés no cumpliera mis expectativas en la cama, el problema es que, al ser guardia de seguridad nocturno, apenas coincidíamos durante el día y, aunque éste era un trabajo temporal, mis noches eran solitarias y aburridas. Cuando concurríamos el bar, mi novio se iba a dormir y yo a trabajar.

 

Por supuesto, Juan era buen conocedor de esa situación. No sé cómo, pero sin duda se había enterado de la ausencia de Andrés de lunes a viernes. Y entonces, el jueves de una noche de finales de julio sonó el timbre de casa. Yo iba fresquita, vestía una especie de camisón muy fino y transparente y unas braguitas de algodón suaves y muy cómodas. El "caloret" obliga a la despreocupación, y esa noche era especialmente calurosa y húmeda. Casi tanto como yo. Antes de abrir la puerta, y bajo la sorpresa inicial, pude confirmar por la mirilla que se trataba de Juan y de alguien más bajo que no supe reconocer. Empezó a latirme el corazón a toda prisa, no supe si hacerme la ausente y esperar a que se fueran o dar fe de mi presencia e ir a ponerme algo más presentable. “Hola Eva, somos Ana y yo”. ¿Ana? Creo recordar que Ana es una compañera de trabajo en el mismo turno que Juan. No acababa de entender qué coño hacía esa tía ahí. El coco me iba a toda prisa, y el corazón ya se salía de mi pecho. “Un segundo, por favor, ahora abro”. No podía hacerme la loca, sería muy raro. Rápidamente fui al baño a ponerme por encima uno de los albornoces y mantener mi aspecto presentable, abrí la puerta de acceso al piso y les dejé pasar.


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