En la calle Tramontana recibió una paliza el cura Serafín. Los rojos, una docena, golpeaban con intención clara de matarlo. Menos Julián, monaguillo durante varios años, no había allí un hijoputa con dudas en el momento de poner mano sobre el cuerpo del desgraciado.
"Pero matadme ya, por Dios".
"Quítate la sotana, cura del Demonio".
Julián ordenó parar. Y para no alarmar a los sanguinarios, argumentó que tras la hora de golpes, milagroso sería que un buen samaritano pasara por la calle y salvara la vida al curita.
Rieron.
"¿Qué es un samaritano?".
"Un pollaboba que se entretiene en esta vida dándole cura a quien no se lo merece."
"Pues me lo cargo y sanseacabó.".
"O sea, un médico".
"No, qué va, ni médico ni leches. Un tipo que si se encuentra con este cura de mierda, va y lo cuidada como si fuera su padre, aunque no lo conozca de nada".
Pasó otra media hora con menos golpes, pero con el cura sin decir ni mu.
"Este ya está muerto. Seguro." Y Julián caminó queriendo llevarse a los otros que todavía dudaban y, claro, querían más sangre.
Por la mañana habían quemado vivas a tres monjas en la capillita del convento.
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El cura Serafín cumple hoy noventa y siete años. El pueblo le rinde homenaje en la misma calle donde recibió cuatro mil quinientos millones de golpes. Cariñoso el alcalde socialista, y los hijos y nietos de muchos de aquellos doce que en una semana de pasión metieron bajo tierra a treinta tres personas, también se emocionan, sacan el pañuelo, enseñan mocos y aúpan a los más pequeños para que no pierdan detalle.
Uno de los presentes grita: "¡Viva el padre Serafín!".
Un chico con coleta, puño en alto y algo sucio también grita: "¡Viva!".
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