Mi vecina Vicky. ¿Cliché? (Segunda parte)

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Y ahí, a menos de dos metros tenía frente a mí a quien había sido fuente de mi degenerada inspiración hacía unas cuantas horas antes, la escena de la ducha volvió a mí en una especie de flashback y no pude evitar tensar los músculos como si de un reflejo involuntario se tratara.

Mi ritmo cardíaco se aceleró una vez que asimilé por completo su figura, apenas privada de la desnudez por una blusa ajustada que hacían a sus senos contender por espacio disponible, encontrándolo en un liberador escote que poco podía hacer para retenerlos. Sus caderas seguidas de la curva pronunciada de su cintura lucían unos leggins tan propios de quien se prepara para una sesión de gimnasio. La tela obedecía cada curva como si su piel conociera de memoria cada pliegue de su atuendo.

Hasta ese momento, incluso yo estaba sorprendido por no dar muestras obvias (considerando mi expuesta posición) de no dar señales físicas de la tormenta que se suscitaba en mi cabeza. El hombre cabal en mí se tambaleó justo al presenciarla darse media vuelta para cerrar la puerta, dejándome ver sus torneadas nalgas en una posición obvia, castigando la textura de su atuendo para dar lo máximo de sí. Pronunciadas, exigentes de atención y podría apostar con la dureza necesaria para hacerme enloquecer una vez que mis manos las poseyeran a placer.

Todo esto era demasiado para mí, tomando en cuenta que apenas habían pasado unos segundos desde que dio un par de pasos después de mi puerta pero me sentí orgulloso de resistir y mantenerme estoico ante semejante tentación propia de la más cruel de las provocadoras. 

Inventó la peor de las excusas para hacerse presente en mi modesto departamento, tanto, que ni siquiera soy capaz de recordarla, no sé si por lo ridícula o porque fue tan vana que no tomó forma sólida suficiente para hacer un lugar en mi selectiva y holgazana memoria. 

—Voy regresando del gimnasio. ¿Cómo luzco?

Su postura claramente coqueta y seductora provocaba vitoreos en mi cabeza, como si de una porra de amigos festejando un ligue veraniego se tratara. Finalmente cedes. —Pensé—.

Bueno, vecina, luces increíblemente bien. Tanto que me encantaría me dieras el dato exacto de ese gimnasio al que vas, más de una de mis amigas estará agradecida conmigo si les cuento del lugar en el que al salir desprendes un delicado aroma a rosas perfumadas. La sonrisa cínica acompañada del comentario sarcástico cayó totalmente fuera de tono tal como esperaba y su primer gesto de molestia apareció. 

Era un terreno muy peligroso el que estaba pisando, pero dar vuelta atrás sería tan astuto como hacerlo en un campo minado a medio camino. Quería disfrutar de su vestimenta, de la imagen que estoy seguro estuvo pensando en regalarme durante varios minutos por la mañana, porque era algo de lo que no estaba seguro poder volver a presenciar pronto, pero si mi objetivo a largo plazo rendía frutos, el sacrificio valdrá la pena.

—¿Qué diablos tienen que ver tus amigas en la conversación?

Verla ligeramente enojada era excitante en un modo totalmente distinto, sobre todo porque me sentía cada vez más cerca de mi objetivo principal. Siempre he pensado que si eres capaz de arrancar una emoción fuerte a una dama sin importar el contexto y juegas con ello a tu favor, cosas interesantes pueden suceder. Así que aferrado a mi teoría continué por un camino aún incierto.

—Epa, tranquila, no pasa nada—. Esta vez el tono cínico fue acompañado por un par de pasos que me permitieron una posición privilegiada y me refugié en su hombro para oler su cuello. Estuve tentado a lamerla, moría de curiosidad y de deseo por saborear su piel pero eso sólo echaría a perder todo.

Mi mano despejó aún más el camino y echó atrás su negro cabello lacio. Sentí su piel erizarse y los vitoreos se hicieron presente de nuevo, una ola de confianza me abrazó y estoy seguro que se percató de mi sonrisa. Se sonrojó al sentirse expuesta y la tranquilicé colocando mis manos sobre sus hombros, invitándola a sentir con su espalda la textura de la puerta de madera, justo después de que mis manos recorrieran sus brazos hasta llegar a los extremos entrelazando sus dedos con los míos. Rocé su pecho contra el mío y por un momento caí en tentación apretándome contra ella. Por imposible que pareciera, sus senos lucían aún más abultados, su boca entreabierta era una invitación obvia hasta para el más inexperto podría interpretar. Mis caderas la embistieron manera instintiva y en un arrebato animal ambos gemimos al unísono. Exhalando aceleradamente, la idea de tener su sexo contra el mío, que su calor me llamara y que lo único que nos separaba fuera la delgada tela que nos cubría, era lo más excitante.

Sabía que eso era todo lo que iba a conseguir, considerando lo que estaba por hacer.

—¿Cuánto tiempo estuviste arreglándote para mí? —Dije de la forma más engreída y ególatra posible.

Ella era orgullosa y de sobra lo sabía por lo que su reacción fue hasta cierto punto predecible.

—¿Qué te pasa idiota? ¿Así es como tomas mi gesto, siendo un imbécil?—. Fue un binomio conformado de empujón y bofetón tan duro lo que quebró el delicioso escenario en el que me encontraba con la misma facilidad con la que tú, lector, quebrabas el plato de la preciada vajilla de mamá.

El azote de la puerta fue de nuevo predecible como lo anterior, tan contundente que me dejó pensando en si los adjetivos recién ganados fueron bien merecidos.

Regresé al sofá "victorioso" pensando en cuál sería mi próxima jugada y al notar la erección reflejada en el espejo exigiendo salir de su prisión de algodón, me percaté de que los victoriosos no dan una imagen sacada de una mala comedia sexosa juvenil.

Tomé el teléfono y la llamé.

—Hola, ¿qué tal?

—Fer, ¡qué milagro!

—¿Tienes algo qué hacer esta tarde?

—Nada. ¿A dónde me llevarás?

—Voy camino a mi departamento. —Mentí—. ¿Te parece si nos vemos allá? 

—Allá nos vemos, ¿me recuerdas el número de tu departamento?

—103. —De nuevo mentí—.

Efectivamente, el departamento 103 era el de mi cabreada vecina Vicky...

 

Continuará...

 

R. 

 

 


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