LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTRE)(5)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 31/08/2015, clasificado en Varios / otros
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XXX
Continuó la contienda.
Y seguían los muertos
dejando pueblos desiertos,
lúgubres o fantasmales;
sus campos eran cubiertos
con negros frutos mortales.
Las tropas nacionales
con rapidez avanzaban
y con furor conquistaban
las tierras desbastadas,
en ellas se ensañaban
arrasando sus moradas.
Siguió la liberación
de tierras y poblaciones,
se aliviaban corazones;
las guerras se maldecían
y con fuertes razones
al viento se esgrimían.
Los que un día marcharon
jubilosos regresaban,
su vuelta festejaban,
se afligían los sentimientos;
su territorio marcaban,
destruían cimientos.
Pero con tanto alboroto
por la pronta redención
y esgrimir su razón,
también llegó la mentira
y la ley del talión
para mitigar la ira.
Todo el peso del odio
se cargó sobre la gente
que se quedó impotente
a no poder escapar;
a todos querían matar,
pero no fue suficiente.
Las ideas no mueren
ni se van con el muerto,
permanecen en el huerto
esperando amanecer;
en cualquier tiempo incierto
volverán a florecer.
Mi padre y los “señoricos”
juntos también regresaron,
un triste pueblo encontraron
con un mando nacional
y muchos se alegraron
de todo aquel personal.
Los “señoricos” lograron,
por ser personas pudientes,
cargos muy influyentes
en el pueblo liberado;
bebieron de las fuentes
de aquel vulgo masacrado.
Los pudientes se erigieron
en dueños de la justicia,
usaron su pericia
para aplicar sus leyes
y mostraban su codicia
como si fueran reyes.
No eran jueces ni letrados,
pues no podían juzgar,
y menos aún condenar
a persona acusada,
aún sin pruebas que aportar
siempre era fusilada.
Porque era la venganza
quién justicia aplicaba,
el odio denunciaba
y moría el inculpado;
todo preparado estaba
para linchar al culpado.
También regresó mi padre.
Fue un día especial
con la entrada nacional,
esperábamos pacientes
aquel tiempo infernal
para todos los parientes.
Por ello aquel regreso
con gozo se festejó
y la alegría desbordó
nuestros tristes corazones,
pues en ellos encontró
dormidas ilusiones.
¿Quién no tiene un amigo
o pariente huido?
No era nada atrevido
de hacer exposición,
pues cualquier elegido
nos daría la razón.
Mi padre era especial.
Frente a mí me miraba
y serio me ojeaba,
su mirada encontré,
pues paciente la esperaba
y a él me abracé.
Fue un abrazo de hombres.
Mi recto comportamiento
y mi mucho sufrimiento,
mi padre lo valoró;
con sensible sentimiento,
llorando me apretujó.
Me hice cargo de la hacienda
mientras él estuvo huido,
estaba todo destruido,
pero por ello velé;
me mostré viril, fornido,
y de mi madre cuidé.
Fueron males tiempos,
nada pude reconstruir,
pero guardé mi sufrir
para ocasiones mejores,
aunque un día quise partir
para matar mis temores.
Fui un excelente hijo
ciñéndome en mi deber
y cumpliendo mi quehacer
como zagal responsable;
todo era un padecer,
pero estaba estable.
Mi padre comprendió
mi robusta gallardía,
en casa otro hombre quería
para enseres guardar,
más su corazón le decía
que yo lo podría emular.
Su ansiado regreso
fue un gozo inmenso,
fue un momento tenso
pero lleno de alborozo;
luego fue un consenso
de alboroto y gozo.
Yo estaba exultante,
entusiasmado, contento,
por aquel dulce momento;
la llegada de mi padre
avivó mi sentimiento
y contemplé a mi madre.
Radiante estaba de gozo,
se le abrió el cielo
que fue su gran consuelo
de penas y aflicciones;
se quitó su negro velo,
se exaltaron sus pasiones.
Corrió como una gacela,
se arrojó a sus brazos
uniendo sus fuertes lazos
de amor y felicidad;
fueron afectivos trazos
de inmensa lealtad.
Nunca le vi de esa guisa:
su corto pelo al viento
de escaso movimiento
y con mirada serena;
tuve el convencimiento
de que rompió su cadena.
Estábamos todos juntos,
pero la guerra proseguía
y nuestra vida dependía
de una tierra casi muerta
que labrar a gritos pedía
para resurgir la huerta.
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