La encontradiza chica de la piscina

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De año en año voy a mi casa de la playa a pasar el verano. De año en año, la hija de los vecinos de enfrente crece y crece. Debe tener la veintena ya. Está en su mejor momento, sin duda. El caso es que, alrededor de la piscina común, la urbanización se compone de una serie de casas bajas con acceso directo a la misma. La puerta de los jardines no levanta ni un metro y no tiene cerradura, con lo que se abre desde fuera sin dificultad. Esto se aprovecha para presentarnos unos vecinos en casa de otros para pedir sal, para saludar, para lo que se tercie. Hay muy buen rollo en la urbanización y somos pocos. A pesar del horario establecido para la piscina, yo suelo darme un baño antes de acostarme. El verano está siendo muy caluroso y un bañito ayuda a dormir. Cristina es la hija de un vecino que es muy amigo mío. Tiene, como ya he dicho, 20 o 21 añitos. Para mi que ya pasé los 40 es como una sobrina. Una de esas noches Cristina estaba leyendo en un banco que hay junto a la piscina mientras yo me bañaba. "Que bien sienta el baño", le comenté por cortesía. "Lo mismo yo también me baño", me dijo ella. No me resultó extraño en principio, pero no esperaba que se quedase en ropa interior en vez de entrar a su casa a por un bikini. "Deberías ponerte algo que tape más, te pueden ver todos desde sus casas", le comenté con cierta prudencia, sin ánimo de ofender, pero preocupado por el "qué dirán" de si alguien me veía allí con ella de esa guisa. "Es la moda" me replicó, "otros años se lleva el top-less, este año se lleva enseñar culo". Una vez entró en la piscina, ya no me preocupó tanto, pues no era tan visible desde fuera. Nos bañamos, hablamos... y cada uno a su casa. No le di mayor trascendencia a la anécdota. 

Días después, me estaba duchando y alguien tocó la puerta del baño. Me puse la toalla y abrí. Era Cristina. Le pregunté cómo había llegado hasta ahí. Cómo era evidente, la pregunta real era por o para qué. Me decía que sus padres se habían ido a pasar el finde al pueblo y que estaba sola. Que si podía cenar conmigo. Me quedé de piedra, ya que no esperaba algo parecido. Pensé en proponerle salir por ahí a cenar, pero preferí no ser visto en público con ella. Le doblo la edad. Así que cenamos, volví a contarle mi vida, y se fue a dormir a su casa. Sin dar pie a posibles malentendidos. No es que yo no la viera con ojos de deseo, es que no lo consideraba oportuno. El caso es que su expresión corporal y su comportamiento indicaban que ella sí me veía así. El calor apretaba. Me dí mi baño pre-acostarme y allí estaba ella, esperándome, leyendo. Haciendo como que también es su hora de hacer algo allí. Le di las buenas noches y me fui a la cama. Mucho calor. Me quedé solo con el slip. Abrí la puerta corredera que da al jardín para que el aire corriera un poco. Cerré los ojos. Por un momento, ya que algo me hizo abrirlos de nuevo. Allí estaba Cristina. En ropa interior. Mojada. "Me he bañado y no tengo toalla". "¿No tienes toalla en casa?" pregunté alucinando. "Me dejé las llaves dentro. No puedo entrar". Yo tengo una copia de esas llaves "por si acaso", al igual que los padres de Cristina tienen copia de las mías. De manera inconsciente miré a Cristina de arriba a abajo. La ropa interior que llevaba ese día era blanca, al contrario que días atrás, que era negra. En esta ocasión era como si estuviera desnuda. El frágil tanga se le pegaba húmedo al cuerpo y dejaba ver cual cristal un perfectamente depilado púbis. Igual que el sujetador, que no ocultaba ni lo más mínimo sus perfectos pezones. Ni muy grandes ni muy pequeños. Unas tetas de campeonato. "¿Te gusto?" me dijo. "Por supuesto, pero no podemos. No estaría bien", le dije. "Nadie se va a enterar", contestó convencida. No hubo más conversación. Mi erección era ya notable y le quité el sujetador, y como si el mundo se fuera a terminar en 10 segundos, el tanga también. No es que llevásemos mucha ropa, pero debimos batir algún record para desnudarnos. Ella no tardó ni un segundo en meterse mi pene en la boca. Era como si tuviera un hambre voraz. Le pedí que se pusiera en posición de 69 y así lo hizo. Mi excitación era tal, que también le comí el chochito como si no hubiera un mañana. Nos corrimos los dos. Fue todo rápido. Pero fue intenso y genial. Descansamos abrazados y me confesó que no había hecho un 69 nunca, que los chicos de su edad meten, terminan y le dejan a medias. Le dije que esto del sexo tiene mucho más arte. Fui a por mi aceite de masaje y le pedí ponerse boca abajo. Contemplé un cuerpo perfecto, en esa edad en la que no tiene imperfección alguna. Me ponía sobre manera. El masaje fue muy despacio. Muy erótico. Por la espalda primero, por las piernas después. Suave, acariciando... le tocaba los muslos y las lumbares. Sé que ella quería que le masajeara el culo, pero yo me hacía de rogar. No llegaba el momento y ella se excitaba cada vez más. Al final metí mi mano entre sus piernas y pasé suavemente por encima de su coño, poco a poco, hasta llegar a su ano. Así de arriba a abajo y de abajo a arriba varias veces. Dejé un poco de aceite de más en su ano y empecé a masajeárselo. "Eso tampoco lo hice nunca" comentó. "¿Entonces?" dije esperando permiso. "Quiero hacerlo todo contigo". Luz verde. Mis dedos entraron poco a poco en su ano. Con suavidad. Abriendo un poco. Lubricando con el aceite. A esas alturas ya había recuperado y tenía una nueva erección ante lo que estaba por llegar. Me puse el condón con urgencia y le dije que se pusiera a 4 patas. La penetré el ano y con la mano le masajeaba el clítoris al mismo tiempo. Ella gritaba de placer. Espero que los vecinos no la reconociesen. Ella tenía orgasmos continuos, yo me corrí acompañándolos tras unos minutos de éxtasis. Me dijo que había sido increíble. Que era el mejor. Todas esas cosas que se dicen a esas edades y que a la mía ya no se cree nadie. "Quiero hacerlo normal" me dijo entonces. "Todo esto es normal, como tú dices, pero bueno, en cuanto recupere lo hacemos normal" y me reí tímidamente. Nos besamos un buen rato y después lo hicimos normal. Y no normal. Y luego normal otra vez. Hubo un momento en que dudé de mi respuesta ante tal reto. Ya no soy tan joven. Pero estuve inmenso, qué puedo decir. La noche fue inolvidable. Y lo más genial es que el resto de mi estancia allí fue como si no hubiera pasado nada. Y ella leía y me miraba de reojo  


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