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Llevaba un uniforme lleno de pintura. Su delgadez se dejaba ver por el cinturón viejo que amarraba sus pantalones. Era feo y llevaba barba de cuatro o cinco días. Sus gafas eran anticuadas y en su rostro se asomaba los daños físicos de un antiguo vicio. Al pasar la bella muchacha se inclinó y con buen porte le cedió el paso. Sus miradas se cruzaron. En la mirada fémina se noto agradecimiento y un pensamiento.
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