No te detengas

Laura, a sus veinte años persigue aún sus sueños indemnes, a través de las llanuras que habitan sólo en su cabeza, el lugar donde puede darse el milagro. Sebastián, hace años que no puede evitar confundirse con las personas que están más cerca de su espacio, sigue los pasos de sus fantasmas. Leo, corrió arriesgando lo poco o nada que podía tener en aquel entonces, ahora en muchas ocasiones se engaña a si mismo pensando que no ha dejado correr. Ana, ya llegó a tocar los cincuenta y busca un proyecto que sea impermeable a esas lágrimas que no llegamos a derramar abrasando nuestro corazón. Víctor se mueve, a veces deprisa y otras parece estático, en las mentes de las personas que creyeron en él en vida.

En alguna ocasión nos atraviesa como un relámpago; en una parada de autobús; en el rellano de las escaleras; junto a la ventana de la habitación; en la lejanía; rodeado de personas; bajo la oscuridad intimidatoria al apagar la luz; en unas imágenes aleatorias de una pantalla; en el metro; en los ojos de tus seres queridos; en esa música prestada; en la fragancias escondidas entre las personas; en las palabras; en aquel desperfecto; en las luces de los automóviles en la noche;  en la risa de los niños; en los abrazos que nunca llegan; en esa imagen en el espejo cuando nos miramos sin querer; en la opacidad de un cielo de un gris que nos encierra por momentos; en la somnolencia de los domingos que aún no son lunes; en el cálido espectro de un gracias. Son como gotas de agua densas que caen inevitablemente en el ardiente suelo del desierto, desvaneciéndose rápidamente a la espera de una posible victoria, de no perder el ritmo.

Sabedores que detenerse es abandonar toda respiración despierta, dejar de correr sería el desvelo de un espíritu sin luz.