¿Qué pasa cuando andas algo caliente con una compañera de trabajo? II

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Ese día terminó con normalidad, y el siguiente, y así el resto de la semana. Algunos días me daban ganas de rememorar aquel sensacional momento íntimo dentro del baño, y otros en los que ni me acordaba. Llegó el lunes, más calor, y por ende, menos ropa. Cuando la vi llegar, seguramente no pude disimular la cara de salido pajero que se me dibujó. Llevaba puesto su mejor pantalón, que le formaba un pan de hogaza dulce y tremendo, y una camiseta tan ajustada que hasta parecía más tetona. Como aquella vez, mi cabeza empezó a fantasear al punto de que ya no me podía concentrar en nada.

Y el destino quiso que me la cruzara en la diminuta cocina de la oficina cuando iba a buscar un poco de zumo. Ella se preparaba para su habitual manzana de media mañana junto al frigorífico, y yo no tuve otra que pasar por detrás de ella. En ese momento, o fingió no verme, o no sé, pero al hacerse bruscamente para atrás, fue inevitable, la apoye sin querer hasta el fondo con todo lo que se debatía dentro de mis pantalones. Me pidió perdón, riéndose por la torpeza, y salió a su escritorio, dejándome peor de lo que ya estaba.

Llegó el mediodía, volvimos a quedarnos solos como cada lunes, comimos, y otra vez yo necesitaba huir al baño con urgencia. Ella levantó su plato, marchó hacia la cocina, y yo la seguí esperando repetir ese momento de la mañana.

Ella lavaba cuando yo le pasé por detrás muy cerca, e increíblemente, volvió a suceder, y sin embargo esta vez fue distinto: ella se hizo para atrás suavemente, frotándome bien calentonamente el trasero contra mi cadera. Me quedé sin reacción quieto en el lugar, respirándole en la nuca sin saber qué hacer. Era una provocación deliberada y el perfume natural que salía de su piel terminó por enloquecerme. Apoyé mi boca sobre su cuello, justo debajo de la oreja, en la terminación de su mandíbula, saboreando con sumo placer aquel elixir de la perdición. Ella respondió apretándose más a mí, y con un imperceptible jadeo. Fue todo lo necesario para que yo me decidiera; puse mis dos mano sobre su cintura, atrayéndola más a mí, y comencé a recorrerle todo el cuello con mis besos. Ella lo gozaba y jadeaba, pero nunca tanto como yo. Sentía que si no me contenía podría acabarme entero en mis bóxer, y no quería hacer ese papelón.

 

Así fue como la di vuelta, quedando enfrentada a mí, y la besé. No podría describir con palabras lo sabroso y húmedo que fue ese beso, lento pero apasionado, devoré su boca completamente, mientras mis manos ya le desabrochaban su ajustado pantalón, y ella me desprendía la camisa. Volví a voltearla, apoyando su abdomen contra la mesada, al tiempo que la desvestía completamente. Cuando terminé con su pantalón, comencé a hurgar por debajo de su ropa interior, acariciando con mi dedo índice toda la zona cercana a su vulva. Sus gemidos se habían vuelto apremiantes, al tiempo que comenzaba a frotarse contra mí. Con la mano libre desabroché el sujetador y comencé a masajearle sus preciosas tetas. Fue en ese momento que ella me susurró al oído una única palabra: “fóllame” (entre ruego y orden); y fue suficiente, hundí mi dedo dentro de su sorprendentemente húmeda vagina, y ella se estremeció de placer, al tiempo de que yo le recorría cada centímetro con necesidad, con ansiedad. Cuando finalmente llegué a su clítoris, ella ya no se aguantaba, comenzó a gemir fuertemente, sus ojos cerrados con fuerza, y su boca semi abierta. Mientras la besaba por donde podía. Mis dedos frotaban furiosa pero acompasadamente su clítoris, al ritmo de sus movimientos, que yo ya seguía desde atrás. Ella ya casi gritaba, y yo también, así que como pudo, me bajó los bóxer, sin dejar de gemir, y tomó mi ansiosa verga con fuerza, primero frotándola con su mano, y luego llevándola directamente a su vulva.

Al principio creí que acabaría al instante, hacía mucho que no follaba sin usar forro, y el grado de calentura de ambos fue tal que prácticamente gritamos de placer. La hundí hasta el fondo, enterrándome completamente en ese paraíso de lujuria. Sin sacársela ni un milímetro, comencé a presionar, moviéndome a buen ritmo, con las piernas temblando de necesidad. Ella ya gritaba, sin importarle nada, y creo que yo también. La danza iba aumentando en intensidad, sus glúteos bien pegados a mi pelvis, mis manos apretando firmemente sus pechos y abdomen, hasta que finalmente ocurrió, reventé adentro, como jamás en mi vida había hecho, tensando cada músculo de mi cuerpo, al tiempo que ella gritaba en mi oído y lo mordía, saboreando cada instante de su orgasmo.

Continuamos jadeando hasta que las sensaciones fueron disminuyendo, yo todavía dentro de ella. Una vez que estuvimos más relajados, ella se salió, se dio media vuelta, con una clara expresión de paz y placer, y se arrodilló, metiendo mi verga embadurnada en semen en su boca, sin darme tiempo a nada. Comenzó a lamer y chupar a buen ritmo, mientras yo apretaba con fuerza los ojos y volvía a gemir. Siguió así hasta que volví a explotar, esta vez dentro de su boca, mientras ella se tragaba todo y me miraba con cara de satisfacción. El color blanco de mi esencia contrastaba de manera sobrenatural con el bronceado color de su piel, que terminó en un nuevo e increíble orgasmo.

Después de ese encuentro, ella no volvió a insinuárseme, hablándome tan bien como antes, pero sin permitirme fantasear con nada. Pero estoy seguro de que esto continuará….


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