Amén de las novias que tuve "Oliver y Benji" (Parte I)

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Mi primera experiencia con las mujeres se remonta a los cinco años de edad. Y cuando digo "mujeres" es que hablo en plural. Recuerdo que por circunstancias socio-culturales mi prototipo de mujer ideal siempre fue la rubia despampanante, de mirada felina, labios bien arqueados y de cabello largo, con ligeras ondulaciones en el recorrido. Pamela Anderson, comprendes? Por supuesto no hablo de pecho abundante ni de pompis sobresaliente ya que describo los hechos desde la visión edulcorada de lo que es una tía buena, para un niño de cinco años.


Yo nací en el 87 y en 1993 la serie televisiva de moda era "Los vigilantes de la playa". Recuerdo a mi madre entornando los ojos para ver con claridad las figuras que aparecían en televisión, pues era miope, y en cierto momento apareció Pamela. Mientras esto acontecía, mi mente, preocupada y divagante, se debatía entre las infinitas posibilidades que podría tener el siguiente capítulo de la serie de dibujos "Oliver y Benji" (Captain Tsubasa para los entendidos). Sufría, me preguntaba, chutará Oli ese balón? llevaba un capítulo en el aire, Oliver digo, no el asunto. Intentaba hacer una chilena. El caso es que la voz de mi madre interrumpió aquellos segundos de autismo. "Mira Cristian, que chica más guapa" dijo. En ese momento terminó mi complejo de Edipo, si es que alguna vez tuve tal aberrante conducta, puesto que un niño aprende lo que le echen, y yo entendí que la señorita Anderson era una chica guapa, con lo cual las guapas son rubias y las morenas no.


Mi madre era morena. Pero era mi madre, y como toda regla tiene algún desajsuste o excepción me marqué una frase para entender lo que estaba aprendiendo: "Hay dos tipos de chicas guapas, las rubias y mi madre".


Así que en cuanto tuve claro todo esto, decidí enamorarme de una encantadora rubia de clase que se llamaba Sara. Ella era simplemente la típica Sara. Guapa, rubia, siempre con algún atuendo rosa, enérgica, vivaz, sonriente y popular. Líder entre líderes. Una real hembra. La reina abeja.


Ella era una de las cuatro personitas que se quedaban a la hora de comer al mediodía junto conmigo, Iván y Judith. Eso de quedarme a la hora de comer en el colegio me hacía sentir un desgraciado. El colegio me aterraba, me asustaba el bullicio de los críos mayores corretear pasillo arriba, escaleras abajo, al entrar a clase por las mañanas. Temía a mis profesoras, temía las materias y temía pensar qué me darían de comer al mediodía. Pero al menos estaba Sara.


En una ocasión, centro neurálgico de este relato, Sara, Iván, Judith y yo nos encontrábamos en algún rincón del colegio. Cómo imaginarás, después de comer teníamos carta libre para jugar un rato junto con los otros desgraciados que compartían la desfachatada cruz de quedarse al mediodía en aquel edificio hasta la hora de volver a estudiar o aprender. Doy estas dos opciones para que escojas la más adecuada, puesto que a los cinco años no sé si lo que se hace exactamente es estudiar, o te están estimulando para ello una vez llegues a primero de primaria. Bien, ahí estábamos los cuatro. Normalmente jugábamos a hacernos daño, al fútbol, al escondite o a cualquier actividad similar. Pero aquel día, Sara tuvo una idea brillante. Tomando las riendas del equipo preguntó, "Jugamos a besarnos?" y claro, aceptamos la oferta. Cuan morbosa situación, no? Besarse! santo dios, por aquel entonces aún mojaba la cama. Y henos allí, todavía incapaz de limpiarme el culo solo, y una rubia me propone un beso. "Soy afortunado" pensé. Pero con otras palabras.

 


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