Amén de las novias que tuve "Oliver y Benji" (Parte II)

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El caso es que esto fue cosa de cuatro. Empezó Iván con Sara. Fue un beso inocente, sin pasión, como en las películas en blanco y negro. Yo tuve que besar a Judith y luego cambiamos. Judith era más fea que el feto de un conejo. Rizos, aparatos en los dientes y para colmo, no era ni rubia, ni morena, sino castaña. Y al igual que su tono de piel, como atractivo era una castaña, también.


El caso es que el tacto de sus labios me gustó. Cuando cambiamos y besé a Sara, me encontré con unos labios salivados y resbaladizos, que para mi sorpresa, me provocaron grima.


Se hizo un veredicto rápido del asunto. "A mí me gusta Iván", dijo Sara. Me sentí herido, rechazado, me destrozó el ego. Pero Judith besaba mejor. Así que me puse a ello y nos besamos durante más de media hora. Pasado ese tiempo, Iván y Sara se habían esfumado.


Llegó la hora de volver a clase y entré triunfante, con Judith, dados de la mano. Los muchachos justo empezaban a tomar asiento en sus pupitres. La "señu" todavía no había llegado. Nos vieron todos y empezó a formarse un ajetreo. "Sois novios?". "Sí", dijo Judith. Me besó. La gente empezó a gritar, a dar saltos y a reír. Como en una boda, pidieron otra ronda. Así que la acosté sobre un pupitre, y sintiéndome dueño del espectáculo la volví a tomar.


Entró la profesora y vio a dos críos de cinco años morreándose sobre el pupitre. Nos dijo que si hacíamos eso podríamos constiparnos o incluso morir. Nos pegó algún grito y nos ordenó sentarnos en nuestros respectivos pupitres, cerrar el pico y atender a sus enseñanzas.


Yo me sentaba en segunda fila, Judith más atrás. Volteé la cabeza con discreción hacia ella. La encontré sonriente, mirándome, lanzándome besos y guiñándome un ojo torpemente. "Cristian!" gritó la profesora. Judith fue hábil y un segundo antes volvió su mirada hacia el cuaderno con una expresión que inspiraba seriedad, dedicación y amor por los libros. Yo nunca he sido astuto o pillo, así que a no ser que me portara bien, cosa que ocurría un par de veces por trimestre, me echaban bronca. "Qué acabo de explicar?" preguntó la tutora. No contesté, me gritó y me sentí de nuevo dueño del espectáculo, solo que esta vez deseaba no serlo.


Al fin terminó el sermón y decidí mirar al frente y hacer ver que entendía lo que expresaba aquella boca anciana. Así fingí varios minutos hasta que recibí un toquecito en la espalda. Temía a la profesora, así que hice caso omiso en primera instancia. El segundo toque fue nervioso. Me di la vuelta.


Era Alejandro, el que decía palabrotas. Me entregó un papelillo y me señaló a Judith. La castaña sonreía. Con discreción miré el papel. Había un número de teléfono y abajo decía "Llámame esta tarde".


Fue una buena sensación. Tenía novia. Percibía la admiración de mis coleguillas. Al terminar la sesión de tarde huí escopeteado de clase y abracé a mi madre. Era libre de nuevo. Durante el trayecto a casa nos topamos con Judith y su abuela. "Hasta mañana, Cristian. Llámame eh? te acordarás?"


"Sí" dije. Mi madre sonreía y preguntó sobre tan significativo buen rollito. Le dije que Judith era mi novia y comenzó a reír abiertamente.


Llegué a casa, merendé y encendí la tele. Oliver estaba allí, apuntico de realizar su cansina chilena. La golpeó con dureza, el balón adquirió una forma ovalada, como de melón. Tomó efecto, rozó el campo arrancando la hierba tras de sí. Había llamas alrededor de aquella pelota, rayos y centelleantes tonterías de colores. Ed Quarner se comió un golazo. En el 93 Romario da Souza Faria jugaba en el Barça y todos le querían. Pero la ignorancia no tiene edad, yo sabía que el mejor era el tío Oli.


El capítulo terminó y probablemente no volvería a ver otro derbi entre Oliver y Mark Lenders hasta la pubertad, consciente del ritmo de la serie. Con lo cual, podemos decir que sentí una sensación agridulce.


Mi hora de dormir era a las 22:00 h, recuerdo. No podía dormir hasta las 00:00 mínimo, me daba miedo la oscuridad, Freddy Krueger, el muñeco diabólico y mearme en la cama. Cuando alcancé la inconsciencia del sueño, tuve pesadillas. Y cuando desperté, la realidad era peor. Tenía que ir al cole.


Al llegar a clase vi a Judith, solana en su pupitre y cabizbaja, mustia, taciturna. Me acerqué a besarla pero me apartó la cara. "Qué te pasa?" pregunté. "No me llamaste. Por qué?" Contesté la cruda verdad, estaba viendo Oliver y Benji. "Viste la chilena?" añadí. "Te dejo" anotó. Sin mucho drama tomé asiento y proseguí con la atormentada rutina con la que vivía a los cinco años. La vida normal de un niño es bonita vista de lejos, pero hay que recordar las sensaciones. El cole en aquel entonces era comparable a un manicomio o cárcel para alguien adulto, y el primer contacto de labios con una chica era tan excitante como verte follando por primera vez. Es aquello de, no me gusta mucho, pero por fin lo estoy haciendo o algo así.
En fin, quisiera destacar que amén de las novias que tuve a Judith no la consideré como tal por razones obvias.


Para concluir, he de afirmar que aprendí que una mujer puede disgustarte o darte placer independientemente de su color de piel o pelo aunque la sociedad se empeñe en controlar incluso nuestras tendencias sexuales. Aunque ese es un tema que merece otro capítulo . La gracia de este, supongo, es que sudé de una mujer porque quería ver los dibujos.


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