A los escondidos

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No me importa romperme,
en un día ya roto de tanto bregar
en el vacío y la incomprensión.

 

No me importa perder,
quedarme en esa nada
que nadie quiere,
de la que huimos los poetas.

 

No nos gusta la oscuridad,
que llega en jornadas
de violencia en fronteras 
de lápiz y cartón, artificiales, 
en un sempiterno dolor,
en la pena que nos atraviesa
tras un sacrificio inexplicable.

 

No me importa, ni me importará,
que me golpees, 
que me pongas el pie, la rodilla,
la pierna entera, tu cuerpo,
millones de cuerpos 
con armas que disparan
y rompen, 
y me rompen otra vez.

 

No me importa, digo,
si con eso te descubro.
La sintonía de la Historia
lleva años de persecución y de pena,
por desgracia para todos.

 

Los míos, los últimos, 
hemos estado siempre entre los elegidos.
Lo supimos desde el instante mismo
del nacimiento, en el trayecto vital,
y ahora sigo con mi destino a cuestas,
y con mi hijo,
también devorado.

 

Digo por decir que no me importa,
a pesar de que mucho me duele,
aunque quedo con la satisfacción
de tu salida al pasillo,
al ruedo, a la sonoridad de la luz,
que descubre tus signos negativos.

 

Hoy he caído,
y conmigo lo más preciado,
mi sangre, mi carne, mi hijo,
y, con nosotros, tú,
descubierta por tus propias armas.

 

No hablo de compensación,
pero sí de equilibrio, de sones
que por poco aparecen acordes.

 

Lo pésimo es que quedan muchos
más cómo tú,
que hemos de atajar y de neutralizar.
La labor es ardua.

 

¡Malditos los que andáis escondidos!

 

Juan Tomás Frutos.


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