Vi cómo se cogía a mi esposa.
Por Juanca
Enviado el 23/09/2015, clasificado en Adultos / eróticos
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Cuando invité a Daniel, no podía haberme imaginado que, de un tirón, él iba a cenar, beber y charlar con nosotros, a jugar con mis dos hijitos y a coger a Claudia, mi esposa, ni, por supuesto, que yo iba a presenciarlo, prácticamente desde los prolegómenos hasta el orgasmo.
Después de bastante tiempo nos encontramos en un evento empresario, terminado el cual compartimos un café, para actualizarnos sobre nuestras vidas.
Fuimos compañeros de trabajo y, nos habíamos frecuentado fuera del mismo, varios años. Me comentó que estaba solo en la ciudad (Buenos Aires) ya que su familia había viajado. Le propuse la cena en casa, previa llamada por celular a Claudia para consultar si tenía algún reparo. No lo tenía. Al contrario se alegró de la posibilidad de volver a ver a Daniel.
Para no abundar en detalles que no hacen al fondo de lo que quiero relatar diré que la reunión en mi casa resultó muy amena: aperitivo, charlas, cena, juegos con los nenes hasta que Claudia los llevó, bajo protestas, a sus camas. Pero, y eso fue clave para lo que sucedió, mientras los tres adultos compartíamos un café que debía ser de epilogo del encuentro, sonó mi celular. Dos ingenieros de soporte post venta de la empresa, estaban sumergidos en una emergencia informática en un banco, uno de los más importantes y conflictivos clientes, con contrato de asistencia perentorio (7dias x las 24 horas x 4 horas de demora en concurrir). No “daban pié con bola”. Después de relatarme lo que sucedía y lo actuado se declararon desorientados. De muy malas ganas, por la hora y la distancia (mi domicilio está casi 40 km del cliente), decidí ir a colaborar con ellos.
Daniel, agradeció la velada, se despidió y partió minutos antes que yo.
Transcurridos unos 15 a 20 minutos, en camino para el banco, recibí una llamada de mi esposa:
-¿Tenes idea de cuánto vas a tardar? -
Me extrañó la averiguación puesto que no era habitual en ella. Le respondí que no tenía idea pero que no serían menos que unas 3 horas.
-¡Ahhh! Perdón querido, pero vos no me lo dijiste. Así si tardas no me preocupo.-
Fue mucho menos de 3 horas. Segundos después recibí el aviso de que los dos “chicos” habían solucionado el problema. Mientras escuchaba su relato, con los auriculares “manos libres”, retomé el camino de retorno. Al llegar a casa: ¡sorpresa!
El auto de Daniel, inconfundible ya que es una camioneta 4x4 fabricada en México (hay poquísimos en circulación en el País) estaba estacionado en la esquina de mi casa, como queriendo pasar desapercibido a los vecinos. Ahí recordé el llamado de mi esposa, tuve un presentimiento y no me equivoqué.
Pasé de largo frente a mi casa, dejé el auto en la esquina siguiente y volví sobre mis pasos.
Sigilosamente entré por la cochera que comunicaba con el jardín posterior de la casa. Disimulado entre los árboles, arbustos y la oscuridad de la noche me ubiqué de modo tal de poder ver claramente, que sucedía en el interior de la casa, más precisamente, en el living que estaba iluminado a pleno. Por el ventanal, abierto de par en par y con las cortinas recogidas como lo habíamos acondicionado para facilitar el paso nuestro y de los chicos, del living comedor a jardín y viceversa, vi con claridad que Claudia, apoyada en el sofá, semidesnuda, se estaba besando y acariciando con Daniel, y que la pasaba de maravillas. Él la acariciaba, ella cerraba los ojos complacida, murmuraba su satisfacción, por el manoseo en sus tetas, piernas, en su entrepiernas y en su culito, sin pausa ni prisa; creían tener todo el tiempo del mundo. De pronto él le sacó la bombacha y se deshizo de su slip con precipitación, maniobró para ponerse un condón y se acomodaron en el sofá, Claudia acostada, él entre sus piernas abiertas. Pareció costarle un poco penetrarla (por lo que había apreciado, el calibre de su dotación no era el motivo), más bien fue para hacerse desear y comenzó con el mete y saca. Casi enseguida estuvieron los dos súper excitados…ella, cerrados los ojos en su cara dibujado un intenso placer, las piernas, recogidas en posición fetal y abiertas al máximo para recibirle mejor, gemía y gemía, suspiraba, gritaba y soltaba monosílabos y frases entrecortadas de goce; él encima, empujando y retrocediendo, acompañando con quejidos los movimientos. Estuvieron gozando al máximo algunos, varios, minutos hasta que sobrevinieron las últimas embestidas, acompañadas de unos quejidos y unos estremecimientos que anunciaban que él estaba próximo a dejar toda su leche dentro, en el látex en rigor, de la cueva incendiada de mi esposa que, hizo evidente, que también había alcanzado el clímax: se lo gritó a viva voz. Daniel le había dado hasta el límite de sus fuerzas, ahora se quedó reposando, largamente, sobre su vientre, sobre su pecho. Se quedaron quietos ambos. Claudia parecía distendida, ampliamente satisfecha por el tratamiento recibido.
Yo estaba choqueado y, cosa inaudita, con una erección monumental. No atinaba que hacer. Por fin decidí “quedarme en el molde”.
Daniel, que había regresado con toda la intención, ni bien yo salí, no había violado a mi mujer. Ella se entregó con todo entusiasmo y no disimuló el placer que experimentaba mientras estaba “empomada”. Es más, por la facilidad, naturalidad, desenvoltura, mutua, en el manoseo erótico previo a la penetración, estoy persuadido que no era la primera vez que cogían. Se conocían bien en ese trance y sabían lo que debían hacer para darse mutuo placer
Vi cómo se separaban después de un nuevo beso obsceno, había más lengua que labios.
Daniel se levantó y se vistió en silencio, ella le manoseó el paquete por encima del pantalón, él le dio una buena nalgada, un último beso y salió. Yo, dejé pasar unos minutos e hice lo mismo, por donde había entrado. Claudia, durante el tiempo de ventaja que le di a su amante de ese día, aprovechó para cerrar el ventanal, correr las cortinas y apagar las luces. Seguramente habrá ido a tomarse una ducha para higienizarse y, de paso bajar, del todo, el nivel de su calentura.
Cuando regresé “oficialmente” una hora larga más tarde, la encontré dormida como un angelito. No sé si fue mi imaginación: en sus labios me pareció ver dibujada una amplia sonrisa.
Nunca se enteró que yo, no solo sabía de su trampa sino que la había presenciado.
Después de todo yo no estoy en posición de pretender la “lapidación” de mi esposa por infidelidad manifiesta y, tal vez, reiterada. Si bien Claudia no las presenció, yo la precedí en tiempo, en más de una ocasión, con más de una mujer tanto o más tramposa que ella.
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