Zeus abre sus manos y me deja escapar. Deja en las mías mi suerte. Me saca del Olimpio y me entrega a los mortales, pero no me deja ser una más. Marca diferencias con los humanos aunque me dota de los mismos rasgos. Diferente a veces, pero participe de sus mismas miserias...
Abocada a caminar erguida por senderos sin salida, en laberintos de minotauros plagados de peligros, a solas y sin hilos de Ariadna que marquen el regreso. Cuál Melpómene con su máscara trágica a cuestas, dueña de la palabra y el giro retórico, esclava de su destino. Muero lentamente en el silencio, persiguiendo la felicidad que pasa ante mis ojos cerrados. Infeliz como la musa que todo lo tenía.
Vueltas que da la vida, subiendo y bajando; dando y quitando; acercando y alejando... Miro a todos lados y no veo nada. Cierro los ojos para ver todo lo que quiero, casi puedo tocarlo, pero se escapa cuando alargo la mano. Imploro a los dioses que mueven los hilos y escriben mi destino que me devuelvan mi historia sesgada, mis pedazos de vida, mis sueños rotos para juntarlo todo y escapar de este laberinto de paredes infranqueables y volver a respirar de nuevo aire.
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