LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(7)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 14/09/2015, clasificado en Varios / otros
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Atrás quedó una guerra
con un millón de muertos,
de gloria, de honor cubiertos
que yacen en la memoria
aquellos recuerdos yertos
avivando la historia.
Dimos gracias al cielo
por parar la contienda,
pero que nadie se prenda
de la victoria prendida,
pues no existe prebenda
que devuelva la vida.
Con llantos, con aflicciones,
la vida continuó,
alegre nos aclamó
y nos mostró su sonrisa,
pero lúgubre lloró
por su callada premisa.
Aquel final fue dantesco.
Todo estaba destruido,
todo quedó abatido
y se lloró de impotencia;
tenía que ser reconstruido
con método y prudencia.
La tarea no fue fácil.
Los medios escaseaban
y los hombres no abundaban
para empezar a construir;
todos se desesperaban
por empezar a vivir.
¡Y empezó la reconstrucción!
Se estaba a la deriva,
pero había que empezar,
todo era un sonar
de gente muy activa
que empezaba a soñar.
Empezaron los trabajos
sin medios y eran lentos,
aquellos fueron momentos
insólitos e ingratos,
pues renovar los cimientos
se pasaba malos ratos.
Reconstruir un país
destruido y arrasado,
desolado, olvidado,
no fue fácil la tarea;
el tiempo empleado
fue como larga marea.
También se sufrió
boicot internacional
que el régimen nacional
padeció por fascista;
se consideró ilegal
de manera egoísta.
Después de aquella guerra
un calvario se aguantó,
miseria se sufrió
y volvió la muerte;
muchas penurias pasó
este pueblo sin suerte.
Se racionó la comida
y surgió la enfermedad,
no había una sanidad
capaz de poder curar,
solo buena voluntad
de hacer y de atajar.
Pero tantas carencias
sufridas no amedrentó
a un pueblo que sufrió
una contienda tan cruenta;
sumiso aguantó
aquella pesada renta.
Solo el paso del tiempo
su esfuerzo premió,
sus cimientos levantó
en aras de una nación
que en la paz se volcó
y buscó su tradición.
Se ancló en el pasado
gracias a las naciones
que apartaron sus pendones
dejándola a la deriva,
aunque esgrimieron razones,
ella nunca fue furtiva.
El concierto mundial
le entornó sus puertas,
dejó rejillas abiertas
con débil y tenue luz;
todas fueron cubiertas
y se soportó esa cruz.
Fue un completo rechazo
al orden dictatorial
de la España ancestral
de los bravos vencedores;
el concierto universal
nos formó serios temores.
El régimen sojuzgó
el albedrío de la gente,
fue cruel mordiente
y esgrimió su razón;
aunque era repelente,
se acató el guión.
Ni penurias ni hambre
nos hicieron decaer,
y memos aún perder
al ansia de ganar vida,
el ahínco de acoger
la estabilidad perdida.
El pueblo empobrecido
y con ganas de vivir,
comenzó a reconstruir
una nación desbastada,
quien no pudo partir,
también dio peonada.
Así nació una España
surgida de un evento
que mordió su cimiento
y quebró su estructura;
maniato su sentimiento,
su ocio y su cultura.
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Así en cada pueblo,
en cada rincón, lugar…
se volvió a empezar;
una ilusión de vida
que se quiso cercenar
y el vulgo no olvida.
Nosotros también influimos
en su nueva construcción,
queríamos una nación
moderna y progresista,
más nos quitó la ilusión
el idealismo fascista.
Nos hicieron sumisos,
obedientes y callados,
sin derechos promulgados
estábamos desvalidos;
éramos bien controlados
y a veces oprimidos.
En esa triste época
yo era un joven rapaz
con angelical faz,
vacilante, receloso;
era amante de la paz,
sumiso y respetuoso.
Por mi espíritu sensible
me apegué al perdedor,
lloré por el sufridor,
pero no distinguí bando;
se enfurecía mi furor
porque me iba frustrando.
Nosotros la “casa grande”
y la huerta reconstruimos,
ardor y tesón pusimos
para darle su esplendor;
nunca el orgullo perdimos
y jamás el pundonor.
Mis padres, los “señoricos”,
a su bregar se pusieron,
la hacienda reconstruyeron
avivando su memoria,
aquellos amos creyeron
reavivar su gloria.
Costó sudores y llantos,
pero todo se atendió:
la casa se levantó,
se cambió sus cimientos,
la tierra se labró,
se limpió sentimientos.
La huerta fue en auge
con sus árboles frutales,
con cuidados personales
dieron ricas y abundantes
cosechas especiales
siendo envidia de viandantes.
Yo también contribuir
a regenerar la huerta,
la tierra parecía muerta,
yerma, sin gota de vida,
su sequedad era cierta,
pero fue agradecida.
Orgulloso me sentía,
pues como hombre me porté,
satisfacción alcancé
y honré a mi corazón;
al resarcirse me alegré,
más lloró mi aflicción.
A la polvorienta tierra
de la huerta desolada,
pues yerma y mustiada
le resurgió su calor;
cuidada y bien labrada
alcanzó su esplendor.
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