El empíreo del cristal

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Un cristal descansa en la punta de una nube gris acompañado por el filo de una tormenta que se avecina. Busca su lugar para llorar, solo y hambriento de una temible melancolía. Acorralado por la lagrimosa caída de aquella nube, se desvela y bebe algo de té de jengibre. Hacia arriba tiene el paraíso y no es como el lo soñó alguna vez. Hay colores oscuros y fantasmas del ayer. La gente allí no es feliz atada a la fe en un dios inexistente. Recostado sobre esa aquella nube, siente el temblor, es hora de llorar. La separación es inmediata y flotando en el aire se corresponde a alcanzar el edén. Al llegar a sus puertas se encuentra con un mayordomo que lo esperaba con ansias.

- Hace años deberías haber cruzado esta puerta… - alzó la voz el mayordomo con su corbata ajustada.

- Desde hace ya mucho tiempo que los miro y no logran eclipsar mi paladar- respondió el cristal dándole una palmada en el pecho.

    Así, consiguiendo nada más que una mirada rencorosa emprendió su viaje hacia la levitación comprendida en el aire. Este no era su paraíso, de eso no dudaba. Por más que mirara siempre hacia el cielo él jamás querría descansar en paz allí. Tal vez su destino era flotar solo en las nubes para hacerlas brillar o si no, para verlas llorar. Una noche fría, voló sobre el mar mediterráneo y se encontró suspendido sobre una nube pincelada por un suave color bermellón. El cristal, anonadado por su belleza, durmió cómplice en sus suaves brazos. Al despertar, ambos se miraron. La nube atinó a darle un beso de despedida. Él entonces, no pudo ocultar su dolor al ver como aquella dulce nube partía hacia el cielo que jamás quiso habitar.

    Tanta fue la desesperación que subió al cielo para pedir ingresar. El mismo mayordomo lo esperaba con iguales ansias.

- El edén está completo, ¿ahora quieres entrar?-  el mayordomo susurró, intentando no despertar a los fantasmas.

- No vengo por ustedes. Si me permiten la descortesía- replicó el cristal, y agregó - Vengo por mi edén, es aquella nube bermellón, a la que ustedes han engañado con sus crueles mentiras.

    Sin mediar mayores réplicas hacia el mayordomo, emprendió su viaje hacia la inmensidad de los cielos. Agonizado por la tristeza, dejó caer su figura sobre un desierto relleno de suaves granos de arena que hacían de el un paraíso sin igual. Durmió hasta nunca despertar, sabiendo que no hay gloria tal, como descansar en casa.


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