La otra cara de la
Por Claudio Costanero
Enviado el 20/09/2015, clasificado en Infantiles / Juveniles
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La otra cara de la “Tropa Brava”
… Y mi primera “Tropa” se inició cuando entré al colegio Bolivariano. No recuerdo si el curso en que estaba era preparatoria o quinto de primaria o primero bachillerato. Si preciso que era una edificación vieja, ahora hay un espacio cultural.
Ahí cerca, en una esquina, quedaba el Liceo femenino. Mientras sonaba la campana, nos quedábamos coqueteando a las colegialas.
Esa “Tropa” fue conformada por los siete u ocho mompitas. Y también lo fueron cuando nos trasladamos a la edificación nueva, moderna, bonita, en “la cancha de la Gerencia”, y fue cuando el colegio, a los días, se volvió mixto. Se llevó a las sardinas del Liceo, pues era su sede alterna. Nos encantó esta fusión de corazones.
Fuera de buenos amigos, el objetivo esencial fue el camellar con ahínco las materias del grado que cursábamos. Para los exámenes finales que se hacían terminado el año lectivo, había que estudiar todos los contenidos vistos. Eran de padre y madre, muchas páginas de cuadernos y libros ajados. Anoto que estas evaluaciones se hacían cada dos días.
El espacio favorito para estos prólogos y epílogos evaluativos finales frente al quehacer espistemológico fue el parque (corazón del pueblito). Iniciábamos tipo once de la noche, cuando la última pareja, nostálgica, abandonaba sus vueltones. Era el momento propicio para las lecturas y memorizaciones, y según la materia. Viene a mi cabeza el profe de anatomía, Hacíamos cola los treinta y dos alumnos. Y mientras se abría y cerraba la puerta del salón, nos persignábamos dos o tres veces, o nos mojábamos la punta de un dedo con saliva y la pegábamos en la frente, hombros o extremidades inferiores, cávalas para que nos fuera bien en la evaluación oral. Apenas entrábamos al salón, sin acercarnos mucho a la figura del profesor,éste nos tiraba sorpresivamente una calavera, un fémur, un húmero..., hacíamos piruetas ágiles para no dejar caer el hueso, y luego las preguntas, y el susto del aprendizaje. Bueno, para que Morfeo no nos venciera llevábamos termos gigantes llenos de café para espantarlo, y para el frío, nos cobijábamos con ruanas lanudas. Yo fumana. Los otros no.
Referente a la materia de matemáticas, me aprendía los problemas de memoria. Era el colmo. Por eso fui muy regulongo para los números. Los habilitaba dos o tres veces. Por lo regular, el resultado, era negativo. Finalmente los pasaba por chancuco, ayuda de mis compañeros o empujado por el profesor que volvía piadosa su cuchilla. El resto de la "Tropa" eran verdaderos porras para las ecuaciones y los quebrados. En cambio, yo les ganaba, y por muchos kilométros, el resto de materias. Era prodigioso: memorizaba un cuaderno o libro de cien hojas, con puntos y comas. Al fin y al cabo era un modelo educativo cuya macroestructura era la memoria. Estudiábamos hasta las primeras horas del sol, luego, con rostros de careviejas, a echar ojo hasta el atardecer, y volver a repasar lo estudiado.
Aunque el 80% era el estudio, tampoco olvidábamos los otros jueguitos, sobre todo el fútbol, y el deporte en general. A pesar de estas secuencias repletas de ejercicios físicos y mentales, nunca fuimos reconocidos jugadores profesionales de fútbol y atletas, pero si una "Tropa" de hechos inolvidables.
La segunda “Tropa” se dio simultáneamente. Estuvo conformada por ocho o nueve mompitas.
Esta "Tropa" tuvo otra firma. El estudio era a medias en mis compañeros. Pero si fueron aplicados en los vacilones, las recochas al por mayor y al detal, éramos dueños de las esquinas, las sosteníamos con nuestras figuras de cocacolos, haciendo piruetas con los llaveritos, exhibiendo los bluyines americanos desteñidos; fumábamos como murciélagos. Nos fascinaba el Mápleto, el Lucky, Cinco Letras, sus olores eran atractivos magnéticos para atraer a las sardinas y echarle nubes de humos a los demás como sello de distinción cómica. Y cuando no había plata, pues a echar humo con el Nacional y Pielroja sin filtros (cigarrillos del pueblo y campesinos); la hipérbole, arma caricaturesca en nosotros, pero más acentuada en el "Pajudo": / "los siete caballos que guardó en finquita que administraba el papá del “Flaco” Loaiza” / “una noche le robó las muletas al papá para venderlas y así llevar a matinée y matinal, social y noche, a la novia” / “Dizque cuando vino del extranjero pidió a la galladita que lo fueran a espera a orillas del río Barragán porque llegaba en barco. Y pensar que a este río sólo llegan las volquetas para llevar las toneladas de arena para las construcciones... ¡Qué barbaridad, Barbarita!
En las noches, los sábados, rastrillábamos las pistas de “los Bomberos”, el Club y “La Terraza”; el alzar de copas en estos bailaderos era el preámbulo para las borracheras de un solo ojo (3 ó 4 días) en cualquier fuente de soda, cantina o café, especialmente uno que estaba más abajito de la librería de don Rubén Flórez. Tumbábamos las sardinas de ese entonces, sin ser galanes como Elvis o feos como Jean Paulo Belmondo, y las que no, pues quedaban ladeadas. Estos romances se iniciaban dando vueltas en el parque sin contarlas, y referente a esto último, me gustaria saber cuál ha sido el parroquiano que haya dado más giros y por ahí derecho los kilómétros recorridos. Sería digno enviar el resultado a los Records Guinness
Tal vez éramos fantoches, chicaneros, pinchados, para algunos, no lo creo; de todas formas la vanidad, en mayor o menor proporción, "es un notable motor del progreso humano, hasta Cristo, real o simbólico, pronunció palabras sugeridas por la vanidad…”, nos decía un célebre escritor argentino en una de sus inolvidables obras...
Y tantas cosas, ¡oh, loca juventud!, pero sin una insinuación, ni siquiera de pensamiento, de que caminá fumemos marihuana, o aspiremos coca o nos traguemos alguna pasta alucinante, o caminá robemos a esa persona... Nada de eso. Tal vez hicimos trampas en el amor
Hoy en día, algunos mompitas de las dos "Tropas" cambiaron su residencia por el "Barrio de los acostados". Otros vivimos muy campantes.
“Es que no quiero hablar de mis amigos idos, de amigos muertos “, decía uno de mi escritores favoritos, Andrés Caicedo, en su relato "la Tropa Brava. Sus razones tendría, no lo dudo. Yo en cambio, si hablo de mis mompitas que se han ido, ellos merecen monumentos, aunque sea con palabras, los pocos que caminan las calles de mi pueblo y otras ciudades son frutos maduros pero no caídos de los árboles, pues ya tienen sus futuros organizados en mayor o menor grado. Estos dones son efectos de un pasado sincero, limpio, sensato y no borrascoso.
Costain Costanero
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