Me dejó perpleja, paralizada en el tiempo. La vida transcurría y mi mente no sabía cómo reaccionar, es que el corazón estaba apretado, la información recibida costaba en el alma. Nunca pensé que sería un camino largo la despedida, una nunca está preparada para ese encuentro.
El primero de ellos se llevó toda mi tristeza, fue sentarme allí, ese lugar que me apropié para el momento y mis lágrimas empezaron a correr. El corazón, mi alma y mi ser estaban plenamente puestos allí. La pensé egoístamente, la sentí en mis recuerdos, la abracé. Le agradecí por estar hoy y lloré porque no estaría mañana.
El segundo encuentro sentí el particular cansancio que la tristeza había pincelado en mi psique, casi como un ritual entré, me senté y lloré. Nuevamente el tiempo estaba paralizado para que pudiera ocuparme de lo realmente importante. Mis ojos estaban cansados y mis lágrimas ya dolían cuando caían. Sentí enojo por la inevitable forma quel tiene el amor de saludar a la muerte.
A diferencia del primero, esta vez el dolor se machitaba por el final de un camino que recorrieron juntos, como siempre “el viejo” me mostró en ese momento, la importancia de continuar cada uno con el suyo.
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