Paul el psicópata

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¡Que gusto verte, Paul! le dije, asesinando su máscara de vidrio con mis filosos dientes. Ya hacía mucho tiempo que teníamos ocasionales encuentros, a veces de día y otras de noche. Se presentaba cuando todo estaba oscuro, para oscurecerlo aún más con sus poesías narradas detrás de mi cortina. Sus vicios se habían apegado a mi tanto como la necesidad de encontrar algo por que vivir y al término del día siempre había querido terminar con su existencia, aunque siempre encontraba una excusa para no hacerlo. Su mente no tomaba vacaciones, había terminado con mi hambre y con mi sed, enterrando bajo su regazo todo lo que yo inculcaba como propio. "Nada dura para siempre" retumbaba en mi mente, cada vez que su sabia presencia traslucía su cáncer en mi propia mente, aunque él parecía ser eterno. Ya eran varias semanas durmiendo a su lado y con ansias esperaba distraerlo, para poder acabar de una vez con su paraíso con gusto a infierno que me invitaba a bailar.

    ¡Maldito Paul, vete de aquí! le dije, tomando coraje una mañana fría. Habíamos convivido en desvelo toda la noche y su compañía por fin me había cansado. Paul me miró fijo a los ojos, se dio media vuelta y continuó contándome una historia que había estado inventando con el correr del tiempo. La paranoia corría tras de mi como una burbuja a punto de encerrarme en el campo minado de sus caricias. Fue entonces cuando le pedí que se escondiera tras la cortina y me dejara descansar en paz. Parecía no oírme, así que decidí ir hacia su lugar preferido en el mundo, para atraerlo. De a poco y algo fastidioso se encontró solo, sentado en mi cama. Sin inmutarse un segundo, me invitó un trago de su jugo divino, al que accedí únicamente para continuar observándolo. El día transcurrió como cualquiera y Paul decidió dar un paseo. Allí fue cuando supe que a su vuelta lo estaría esperando con una última cena.

    La espera se hizo eterna, en un momento pensé que jamás volvería hasta que mi teléfono sonó más fuerte que nunca. Lo único que alcance a escuchar fue una tibia voz, pidiendo sinceridad. Al hacerlo, colgué, y Paul estaba más cerca que nunca. Tomé una hoja, que yacía en el piso de mi habitación y dibujé un panal. En la esquina, copié su rostro, aunque solo con el color negro. Al terminar, lo envolví y lo dejé al lado del velador, para que se llevara un gran disgusto. Volví, tiempo después y encontré una nota en mi cama. Lo único que decía era "Mientras me tengas en tu mente, jamás me ire"


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