Biografía II

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Mi compañero fuma siempre. Pero siempre, ¿queda claro? Está loco. En la comisaría lo saben pero sólo yo le digo loco de mierda. Quiere matarse, y me ha jurado que hoy es el día. Precisamente hoy. El cumpleaños de mi hija. Un loco hijoputa que me quiere joder la vida. También es verdad que yo nunca he trabajado con otro policía tan bueno. Él es muy bueno. Yo soy listo, olfateo bien, clavo la mirada y meto algo de miedo cuando hay que subir a la cabeza de un gigantón que cierra la boca y se hace pasar por el mismísimo Dios. Pero mi compañero no necesita de las cosas que todos damos por eficaces. Mi compañero te mira un segundo. Basta. El otro lo asume: si este tío quiere me mata. Si así lo quería se lo comería crudo. Está loco, joder. En la ciudad más brutal de este país de mierda, mi compañero se codea con las ratas más grandes, disfruta en las alcantarillas y la contaminación se la pone tiesa.

¿Brusco? Ese soy yo con mi mujer cuando llego a casa algo bebido y con las ganas de no volver a la comisaría. No pego ni nada de eso. Ese rollo no va conmigo. Pero soy brusco con ella y con las dos chicas. Palabrotas, alguna silla que recibe una patada, gritos, un portazo. Mandarlas a la mierda. ¿Y por qué no? Pero mi compañero es el puto demonio. No tiene amigos, no tiene familia, habla de cosas que nadie entiende, entreteniéndose con las hormigas, leyendo a Bukowski y La Biblia. Ni se la casca.

……………

Se lo tuve que contar a mi mujer. No puedo estar en casa. Joder, mejor no les cuento lo que me soltó por el teléfono. Putos teléfonos. Sabía que mi matrimonio se iba al carajo. Ella conocía al cabrón y creo que cuando colgó pensó en él, en que la cosa tenía que ver con él. Estoy seguro. Mi hijita pequeña cumplía siete años y su padre no iba a estar en casa. Y mis relaciones con Luisa no eran nada buenas. Hacía que no nos tocábamos por lo menos cuatro meses.

…………………

Y llegó el momento. Me citó en un descampado. Nada del otro mundo. Un sitio abandonado pero frecuentado por drogadictos, chavales, parejas. Pero no a esa hora de culos desnudos. Las cinco y media de la tarde. En agosto. Cuánto calor. A esa puñetera hora me citó.

Al llegar ya tenía la pistola en la mano. Fumaba. Estaba borracho. Tosía. “Esto durará poco.” Pero está el papeleo, y las putas preguntas, y yo qué sé. “Tengo que pegarte un tiro en la cabeza y salir pitando. No puedo seguir con esto. Tú lo sabes.”

Pero de qué va el cabrón. Una pistola y un tiro en la cabeza. Te vas a enterar. Salí del coche y me lié a darle puñetazos, patadas. También alcancé una piedra y se la empotré en la cabeza. Para mí que estaba muerto cuando cogí la pipa y le pegué tres disparos. En unos segundos aparecieron los drogatas, las parejas, los perros, dos viejos y un policía local que corría gritándome que tirara el arma al fuego. Luego me enteré que también estaba casado y que su hembra esperaba un hijo.

Los drogadictos, las parejas, los perros, los viejos, el poli, todo bicho viviente que asomó la cara perdió la vida.

Volví a meterme en el coche. Esperaba. Puse la radio. Escuchando a Luz Casal dejé caer la pistola. Sonó el móvil. Era mi mujer.

¿Qué has hecho? Tú hija quiere hablar contigo. “Papá, te quiero mucho”.

O me detenían ya, o mi familia sería la siguiente.

Puta vida.


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