Ella esperó. Se quedó esperando a que todo volviera a ser como antes. Tenía la esperanza de que en algún preciso instante de ese eterno día en el cual las horas parecían pasar sin ninguna prisa, él diera alguna señal. Una llamada, un mensaje, una luz. Simplemente algo. Algo que indicara que seguía viva esa flamante llama del primero día en que sus ojos se vieron, se tocaron, se conocieron. Siguió esperando. Esperando a que viniera un viento, fornido como un árbol robusto con sus raíces aprehendidas en la tierra, pero dócil como un corderillo recién nacido, y se llevara todos los malos recuerdos que ahora pertenecían al pasado. O eso creía ella. Quería creer. Quería que volvieran las risas, los momentos inolvidables, los besos con huella, y los abrazos cálidos. Quería que todo volviese a comenzar desde el principio, pero a su vez, sin ser el principio. ¡Cuán compleja era la situación y cuán simple podía ser si se miraba desde otra esquina! Cuán efímera era la vida y a su vez era lo más perenne que iba a tener.
Ella esperó. La vida no le espero a ella, sin embargo.
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