LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(10)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 05/10/2015, clasificado en Varios / otros
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XXXVll
Yo era un mozalbete
alto y muy fornido,
guapote, bien parecido
y de epidermis morena,
mucho había crecido
en menos de una decena.
Yo cuidaba la huerta,
yo la tierra labraba,
paciente esperaba
el mal tiempo capear;
alegre siempre estaba
con ganas de bromear.
Pues mi carácter afable,
sano y extrovertido,
me hacía ser conocido
y siempre apreciado
por cualquier desconocido
después de haberme hablado.
También iba por las noches
haciendo de cobrador,
de gran recaudador,
pues rentas recaudaba
para el rico arrendador
que gozoso se encontraba.
Porque a los “señoricos”
le demostré mi valía,
me dieron su simpatía
para ese menester,
y cada pasado día
se lo debo agradecer.
Para mí eran días felices
y de mucho movimiento,
aprendía al momento
cumpliendo con mí deber,
solo era tener talento
para poder aprender.
Poseía yo esa cualidad,
pues la llevaba innata,
a mi corazón se ata
y me hace discurrir,
condición muy grata
que me ayuda a vivir.
Me hice hombre de campo
con orgullo y pasión,
tenía la convicción
de persona tolerante,
desterré mi aflicción
como buen caminante.
También por necesidad
me acogí al trabajo,
la posguerra hambre trajo
y mucha desesperanza;
mutis por el foro hago
para adquirir confianza.
No era hombre de letras
ni amaba la docencia,
pues llegué a la adolescencia
en su mínimo saber,
porque a la dichosa ciencia
no la podía ni ver.
Era muy inteligente
y gran talento poseía,
pero aprender no quería
ni cuentas ni escritura,
solo algo de caligrafía
era mi apuesta segura.
Quería ser como mi padre
y a su lado aprender,
quería como hombre crecer
y hacerme buen adulto,
ese era mi menester
y no escurrir el bulto.
Porque el hombre de ciencia
se forma en el estudio,
pero en su justo preludio
decisión deber tomar;
la situación no repudio,
pero me hace reflexionar.
Pero la tierra me llama,
desata mi voluntad,
aviva mi libertad
y con gozo grito al viento,
en aras de lealtad,
mi firme sentimiento.
En aquella circunstancias
todo giró a mi favor,
con humildad, con honor,
comencé de aprendiz
de aquel gran agricultor
y me enseñó a ser feliz.
El era mi obsesión,
mi estrella titilante,
mi maestro vigilante,
amigo y confesor,
era mi ídolo radiante
sin complejos, sin temor.
Lo tenía idealizado,
pues era hombre honesto,
siempre estaba dispuesto
para cualquier menester,
y sin cambiar de gesto
empieza su quehacer.
Cuando va cayendo el día,
en el quicio de la puerta,
miro hacia la huerta
contemplando su verdor;
su dulce aroma encubierta
le da su gran esplendor.
Y cuando llega la noche
se aviva mi pensamiento,
aflora mi sentimiento,
palpita mi corazón,
pues es justo el momento
que me llena de ilusión.
En su sordo silencio
mi padre duerme en mí,
su sonrisa escogí
y jovial la guardé;
a su encuentro corrí
y en sus brazos me eché.
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