A tomar por culo, cacho cabrón

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Le rajé la cara por el lado derecho. Sin previo aviso. Llegué y ¡zas! Rajada.

Lloraba y suplicaba como una puta. A tomar por culo, cacho cabrón. ¿Violaste a la niña y ahora vienes pidiendo clemencia?

Que te den.

Lo sientan en una silla.

La casa es grande y no hace falta poner música.

Los muchachos se ponen a jugar al billar.

Disfruto haciendo estas cosas.

Soy un jefe de puta madre que cuando hay que pringarse, se pringa, y santas pascuas.

“Que te calles, mamón; cállate te digo; cállate ya, y deja de llorar. ¡Ssssssssss! ¿Es que no me oyes, puto cabrón?”

Se calla, no sé cómo, pero el futuro fiambre obedece y me mira a los ojos.

Chorrea sangre. Uf, cuánta sangre.

Gordo seboso.

Y ¡zas!, otra raja más gorda y larga en el lado izquierdo de la cara.

Grita como si ya fuera a morirse.

No sabe lo que le espera.

“Puto violador. Pero si esto solo está comenzado. ¡¡¡Estoy empezando a divertirme!!!”

Cuento lo sucedido.

El macho que llora es el entrenador de fútbol donde juega mi hija y las hijas de mis amigos y la hija de un político que me la suda, pero a la que el cabrón se estaba tirando y amenazaba con matarla si contaba algo del entretenimiento.

A la niña de doce años la había desvirgado, y a más de tres las había manoseado y las tenía a punto para en un par de días tirárselas en el vestuario. Usaba el miedo y la violencia para conseguir la entrega.

¿Qué cómo sé todo esto? Porque la niña se lo contó a mi hija y gracias a un enfado conmigo por culpa de lo mal que cocino se mandó a mudar a su cuarto y gritó que no quería seguir jugando al fútbol y quería que el entrenador se fuera.

Y tras un blablablá de ella, y gritos y más gritos de un padre que siempre opta por la vía rápida, (aunque en casa no se pega, lo juro), llegó la frase que me volvió loco. “¡¡¡El entrenador se folla a Beatriz, y nos toca, papá, nos toca, y yo no quiero volver, no quiero volver!!!

Paso de los instantes posteriores.

Mi hija decía la verdad.

…Y aquí estamos.

Ya no tiene nariz, ya no tiene lengua, la oreja izquierda está en el suelo. Está sin pantalones. Los calzoncillos por los tobillos.

Se desangra porque la castración me sale de maravilla.

“¿Todavía estás ahí? Vamos, no te me mueras. Aguanta treinta segundos más. Vamos. Abre los ojitos.”

No tiene fuerzas.

Se me muere, el tío.

Le acerco el ventilador a la cara y el éxtasis es total.

Soy feliz.

……………………

Me apetece cenar.

Invito a los muchachos a comer unas pizzas.

……………..

Pasada una hora, en la bendita casa no queda ni rastro. Limpia y preciosa como siempre.


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