Esta parte es la continuación de Final Suspendida parte 1.
Carlos “turrón” Garzón, el carpintero del pueblo, estaba tan convencido del triunfo del equipo que decididamente empezó a hacer la repisa donde reposaría el trofeo. Era un mueble hecho en cedro, de un metro de largo por ochenta centímetros de ancho, con el nombre del equipo tallado a mano en la parte inferior y la fecha del nueve de junio. Durante la semana la economía del pueblo se vio afectada notoriamente. Los pedidos de cerveza se cuadriplicaron, doña Bertha, la costurera del pueblo fue una de las más beneficiadas pues el pedido de banderas y camisetas del equipo fueron tantas que se hizo necesario que doña Bertha mandara llamar a tres sobrinas suyas que vivían en el interior del país para que le ayudaran a coser, pero ni así alcanzaron con todo lo que le pedían.
Pasaron los días tan lentos como pasan para aquellos que no hacen nada y tan rápidos como para los que trabajan sin parar. En el aire se percibía la gran ansiedad por lo que pudiera suceder. Había buena energía pero en algunos momentos no se imaginaban lo que podía suceder si llegasen a perder. La noche anterior al partido hubo una misa campal a la orilla del rio que de rio tenía muy poco pues estaba casi completamente seco, lo cual hacia honor al nombre del pueblo. Le pidieron a Dios que los ayudara, que le diera sabiduría al técnico del equipo, el “zurdo” García para dirigir al equipo, pidieron por el arquero, el “alicate” Salcedo para que le echara cerrojo a su pórtico y encomendaron de manera especial a “el tachuela” Giraldo para que así como el fin de semana anterior había anotado el gol de la victoria, esta vez no fuera la excepción y sus goles los llevara a la gloria.
Fue una noche especial y diferente, ya no había nada más que esperar, se había llegado el momento. Era época de verano, el cielo era completamente azul, una buena señal de que el dios municipaleño era hincha del equipo. La mañana de aquel nueve de junio era maravillosa, ese era el día, el gran día y nadie ni nada les robaría la alegría. Hubo caravanas desde las veredas, se armó procesión desde la iglesia hasta el estadio. Las calles vestían de azul y rojo y hasta los perros y gatos fueron disfrazados con los colores alusivos al equipo. Aunque el partido iniciaba a las tres y treinta, ya a la una de la tarde las dos mil localidades del estadio estaban atiborradas. La gente se trepaba a los árboles, hubo quienes incluso abrieron huecos en las paredes externas del estadio para poder ver algo, lo que fuera del partido.
Era la hora, las tres y treinta. No había más que esperar. Los equipos estaban listos para salir. Acordaron hacerlo por la mitad del campo como se hace en los grandes estadios del mundo. Los jugadores de cada equipo en la fila seguían calentando, dando pequeños brincos, meneando la cabeza, hubo quienes se santiguaron hasta once veces y alzaron su mirada al cielo recordándole quizás a dios que no los olvidara. Cuando salieron fue el éxtasis total, los aficionados se querían morir de ese sentimiento encontrado de alegría y nostalgia que no se sabe de dónde viene ni a donde los lleva. Se llegó el momento de la foto, labor que fue casi que imposible para el fotógrafo pues no se podían organizar debido a la cantidad de niños y otras figuras públicas deseosas de salir en la fotografía.
Sonó el himno de Rio Seco y lo cantaron con toda el alma como nunca antes lo habían hecho. Ya no había más que esperar, cada equipo se dispuso en su parte correspondiente. El árbitro llamó a los capitanes les dio la mano y preguntó: señores dónde está el balón?. Los dos capitanes se miraron cómo cuando la profesora interroga a un niño sobre una travesura que ha hecho y él no sabe que responder. Hubo balbuceos, murmullos y susurros, hubo de todo pero el balón no aparecía. La noticia corrió rápido por todo el estadio, no había balón para jugar, era insólito, casi que increíble. Un viento helado recorrió a todos, de la euforia y algarabía se pasó a la angustia y la melancolía como la de un velorio.
El “maestro” Peláez y “picante” Mejía no podían dar crédito a lo que estaban viendo. Señoras y señores no hay balón repetían una y otra vez e hicieron memoria entre los dos recapitulando si alguna vez en sus ya largas carreras periodísticas deportivas se había presentado alguna situación similar y no la hallaron. Llamaron a la “Enciclopedia” Ruíz, experto en datos y anécdotas, pero no encontró dentro de sus datos esta misma situación. Y el balón con él qué jugamos hace ochos días, dónde está? Le preguntaron a “Tachuela” Giraldo quién había anotado en la última jugada el gol de la victoria. El miró hacia el cielo haciendo memoria y dijo: cuando hice el gol, cogí el balón y de la alegría que tenía le di una patada lanzándolo al aire. Efectivamente fue así, el partido se acabó en ese momento, el balón voló por los aires y salió fuera del estadio. En ese momento pasaba por ahí un caminante que se dirigía sin rumbo fijo, cogió el balón y se lo llevó.
La final fue aplazada y buscan urgentemente un balón para jugar. Quiera dios lo encuentren rápido.
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