Alfa & Beta... ¿equivocación? (III)

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Caminaba despacio, parecía tener la necesidad de recordar cómo se hacía: « Talón , planta, talón, planta...»; en ese momento, el autobús pasó junto a ella y Martina echó a correr hacia la parada. Era el primero de la mañana, estaba vacío y se sentó detrás del conductor en uno de los asientos individuales. Aún no podía creer lo ocurrido, mientras observaba a través de la ventana a los barrenderos, a los dueños de las cafeterías subiendo el cierre; cómo la mañana despertaba, ella sentía que no sería capaz de dormir al llegar a casa. Reflejos de la noche anterior no cesaban de repetirse en su cabeza, sin sentido, entrecortados, mezclados; provocando una sensación agridulce en su interior, que desconocía cómo explicar.

—Antes de subir, déjame que te ofrezca un aperitivo —Diego se arrodilló en el suelo y apartó el tanga de Martina con su lengua.

Antes de poder pronunciar palabra, los gemidos comenzaron a huir de su pecho, escapando de la presión que comenzó a sentir al caminar de la mano, tras abandonar el taxi por segunda vez. Entrelazaba sus dedos entre los mechones de Diego, cuando su cuerpo comenzó a tensarse y Martina creyó que caería al suelo. Según se arqueaba sin poder evitarlo; justo en ese momento, Diego coloco sus manos en la delgada cintura de ella y esta, pudo sentir el orgasmo en toda su plenitud, sin miedo a perder el equilibrio. Diego se puso en pie, y tras una mirada fugaz, asió sus manos aún temblorosas y la llevó hacia el ascensor.

No hablaron, no se tocaron, solo la unión de sus manos, le hacía sentir a Martina que debía permanecer aún en su compañía. Diego abrió la puerta de su casa, encendió las luces y solo le dijo dónde estaba su habitación. Martina se dirigió despacio, esperando que él siguiera sus pasos; pero él no lo hizo. Entró en la habitación y esperó, oía un ruido que no sabía identificar, pero comenzaba a ponerse nerviosa cuando Diego, al fin, apareció.

— ¿Me echabas de menos nena? — « Ya está otra vez con su vena alfa».

—Creo que eras tú el que lo hacía...

—Ja, ja, ja, me encantas, nena. De verdad, eres adorable —se acercó despacio y la besó con intensidad.

Diego la levantó y ella abrazó sus caderas entre sus piernas, sintiendo su erección en su sexo. Este jugueteó con sus dedos entre los labios de ella y su ropa interior.  No pudo sino sonreír, antes de susurrarle al oído: No esperaba que estuvieras ya tan húmeda.

—Puedo aliviar yo sola con mi humedad, no necesito de esos encantos únicos que crees tener, para poder  hacerlo.

— ¡Vaya! Sí que eres orgullosa... no imaginas cómo me pone. —Diego la colocó en el suelo y dirigió una de las manos de Martina al interior de sus boxers—. ¿Te gusta lo que tocas?

Martina no podía creer la mirada de prepotencia que se reflejaba en sus ojos, pero... sí, le encantaba lo que intuía. Mientras comenzaba a deslizar su mano por todo su sexo, acariciando su glande despacio, al sentir cómo aumentaban sus palpitaciones y se endurecía más y más, sus pensamientos comenzaron a aparecer sin permiso: « ¿Tanto llevo sin sexo para hacer esto? ... Pero me encanta, un dulce no amarga a nadie... Mañana me arrepentiré...». Intentó retirar todo lo que intentaba estropear el momento, y le empujó sobre la cama. Se colocó sobre él, friccionando su erección con su sexo mientras se despojaba de su sujetador, dejando intuir bajo la camiseta sus pezones erectos.

—No creas que llevarás el timón nena, aunque de momento no lo haces mal.

Martina no pensó, solo actuó. Si él creía que era el único que podía creerse por el encima del bien y del mal, ella también tenía un par de cosas que enseñarle. Tras colocarle el preservativo —no sin reticencias—, se fusionaron en uno solo, despacio, en círculos, apoyando todo su peso sobre el pecho de Diego y centrándose solo en su glande. Cuando Martina comenzó a escuchar los gemidos de él más entrecortados y rápidos, paró, paró sin dejar de mirarle esperando su mirada de súplica para que continuara. Y apareció, aún más  suplicante de lo que Martina se esperaba; entonces, se separó de él, y se puso en pie encendiéndose un cigarrillo.

— ¿Qué crees que haces, tía? —espetó con brusquedad Diego.

—Fumar. ¡Oh! Perdona, ¿quieres?

Apenas sin darse cuenta, Diego la agarró arrojándola sobre la cama y se introdujo de nuevo en ella.

—Ahora verás lo que es de verdad follar...

No dejó de embestirla hasta que se deshizo en ella, tras lo que se colocó a su lado, y dijo: Ya sabes donde está la puerta, nena, déjame tu número en esa libreta y te llamaré.

Martina intentó no reflejar el sentimiento que explotó en su interior y comenzaba a abrasar su pecho. Se puso en pie, recogió sus cosas y se marchó dando un sonoro portazo.

« Será... será... ¿y yo? ¿Qué soy yo? Siempre confiando, creyendo que tras esa coraza hay algo que no me provocará dolor, sino todo lo contrario». Llegó a casa, dejó las cosas sobre el sofá y se desplomó sobre él. « ¡Que le deje mi número en su libreta negra! ¿Quién se ha creído que soy? Bueno..., lo que yo le di a entender». Fue a la habitación, se desvistió, y sin desmaquillarse se metió entre las sábanas.

« Pues muy bien, si cree que puede hacer y decir lo que quiera conmigo está muy equivocada; ya nos encontraremos ya, y en ese momento me suplicará y conseguiré que me ame. Ya tuvo un orgasmo antes de entrar en casa, ¿qué quería? ¿Más? ». Otra vez, desayunaría solo, creyendo que hacía las cosas bien, creyendo que nadie merecía hacerle cambiar su comportamiento, creyendo... que así podía nacer el amor.

 


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