LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(11)

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           XXXVlll

   Era un día de estío claro,

me encontraba cansado,

mucho había faenado

y afloró mi hastío,

pensaba desalentado

como si fuera un crío.

   La fatiga me hundía,

surgió el desaliento

y aquel negro momento

de mí se apoderó,

me sentía pesado, lento,

y el clima me agotó.

   Viendo caer la tarde

entre puertas me senté,

la oscuridad contemplé,

en blanco quedó mi mente;

entre dos luces busqué,

fuerte y vivaz, mi ente.

   Con la testa en el quicio

parecía descansar,

intentaba descargar

esa carga negativa

que me hacía fatigar

de manera compulsiva.

   No encontré consuelo

en la vieja madera,

pero hallé la manera

de vencer la fatiga;

era fiel compañera

y mi feroz enemiga.

   Cené algo muy ligero,

pues la fatiga me decía

que esperarse el nuevo día

en las redes de Morfeo;

yo también así lo creía,

aunque fuese como un reo.

   Me olvidé del cansancio.

En mi catre caí rendido

y en sueños hundido,

todo giraba en mi mente,

todo quedó en olvido

hasta el día siguiente.

   En sus redes sucumbí,

con sus brazos me arropé,

por sus sendas cabalgué

con mi jaca de ensueños,

por el éter me fugué

caminante de empeños.

   Era noche de verano,

serena y calurosa,

como bella flor hermosa

de exquisito aroma

y de pétalos frondosa

que a la vida se asoma.

   El calor y el cansancio

mi peor enemigo fueron,

sus armas me condujeron

al limbo de los perdidos

y allí se expandieron

mis sueños y mis olvidos.

   Esa noche calurosa

de mis sueños me sacaba,

aletargado estaba

en mi catre de madera,

con el más allá soñaba

como si águila fuera.

   Allende del pensamiento

mis ficciones dormían,

sosiego me traían

y el cansancio moría;

mis ilusiones vivían

donde la vida expía.

   Allí estaba yo, yerto,                                                                                                                                    

sobre la cama durmiendo,

mi semblante frunciendo

y la mirada al techo,

pero seguía teniendo

el silencio por derecho.

   <<Levanta>>-dijo mi madre-                                                                                                                                                                                                                               

Tuvo que zarandearme

para poder despertarme,

pero seguía durmiendo

y no logré levantarme,

pues me estaba adormeciendo.

   Viendo mi actitud,

fuerte me zarandeó

hasta que me espabiló

y me contempló despierto.

<<¡Coño, levanta!>>-gritó-

<<Parece que estás muerto>>

   Vio mis ojos abiertos

y se fue corriendo,

algo estaba sucediendo,

más de nada me enteraba;

algo iba acaeciendo

que el sueño quitaba.

   Salí con somnolencia

y atónito quedé,

la situación que encontré

me dejó algo pasmado,

en mi entorno miré

y me quedé alelado.

   Era una noche clara

de luna muy vistosa,

esplendida, bochornosa,

pero también agitada;

era noche calurosa

de magnifica portada.

   Atónito me quedé

contemplando la escena,

era una fructosa mena

de flujos, de agitación;

quería romper la cadena

y buscar definición.

   Vi luz en la “casa grande”.

Estaba iluminada,

radiante, exagerada

por su luminosidad;

con su fuerza controlada

brillaba con claridad.

   Aquella gran mansión

me pareció que ardía,

mucha gente que salía

y coches que marchaban;

huir de escena parecía,

pero otras allí esperaban.

   Los fantasmas de la guerra

a mi mente acudieron,

sus flujos anduvieron

activando mi memoria

y casi consiguieron

reavivar la historia.

   Los redobles del miedo

hirieron mi corazón,

contemplaba la mansión

y temblaba de pavor;

no encontraba razón

de vivir el mismo horror.

   Me asaltaron los recuerdos

y retrocedí al pasado

que tenía ya olvidado,

todo aquello repudiaba

y me sentía engañado,

pero resignado estaba.

   Volvieron a mi memoria

estampas difuminadas,

esperanzas marchitadas,

sujetos despavoridos,

heridas ensangrentadas

y corazones podridos.

   Aquellas tristes estampas

llenas de miedo, de horror,

avivaron mi temor

de regresar al pasado,

lleno estaba de furor,

más estaba encarcelado.

   Y lo vi todo perdido:

muerta la libertad,

cercenada la verdad,

la razón coaccionada

y rota la unidad

de un alma maltratada.

   Vi mucha gente errante

con ilusiones portando,

caminaban sollozando

con liguero equipaje,

el miedo iba aguantando

sin contemplar el paraje.

   Fueron tantos mis recuerdos

que mi memoria estalló,

todo en mí se bloqueó

y estático quedé,

lo real me despertó

y jubiloso lloré.

   Quedé inmóvil, pasivo,

al ver tanta claridad,

la gran luminosidad

que daba la gran mansión,

volví a la realidad

y recobré la razón.

<<Vamos, ven>>-dijo mi madre-

A su lado caminaba

y a su lado entraba

en tal señorial predio,

tan natural lo encontraba

que evité remedio.

   Entramos en el cuarto

donde yacía muerto

el ”señorico viejo”

con sábanas cubierto,

fue tal el desconcierto

que me quedé alto perplejo.

   Miré con mucho respeto.

Tétrica era la escena,

el “señorito”, con pena,

junto al catre lloraba,

era una noche serena,

pero el dolor afloraba.

   Yo esperaba órdenes.

En otra habitación,

de dudosa abyección,

tres mujeres esperaban;

no comprendía su función,

más nerviosas estaban.

   No tenían cuita alguna,

pues familia no eran,

parecía que estuvieran

en fiesta de carnaval,

o que alegres anduvieran

buscando algo personal.

   Pero estaban intranquilas.

El miedo afloraba,

la noche no acompañaba

y las tres se confundían;

una fija me miraba,

las otras dos sonreían.

   Comprendí que eran furcias,

asalariadas sexuales,

no eran mujeres normales

y menos aún buena gente,

eran damas funcionales

con sensación carente.

   Eran furcias baratas,

prostitutas contratadas

para orgías desenfrenadas,

vividoras de la vida,

mundanas y desdichadas

cuya senda va perdida.

 


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