Isabel, Fernando, Colón, y la corte del faraón, je je je
Colón se mandó a mudar a Roma con un cabreo que hizo reír a Fernando. Isabel paseaba y decía que no tenía apetito.
El almirante había dicho en presencia de los reyes: “¡A tomar por culo!”
Isabel respondió: “¡Pues que te den a ti, puto genovés de los cojones!”
Estaba harto de que lo llamaran loco, loco, loco. Y él no paraba de hablar de Asia, del océano Atlántico.
Pero en 1491 el hombre corpulento y capaz de llevarse a un toro por delante estaba a un paso de la rendición.
Al llegar a Roma un judío le vendió sin demasiado trabajo un mapa de la capital del antiguo imperio. Colón disfrutó con el mapa sentadito a la sombra y esperando un milagro.
Que si la pirámide de Cestio, que si la Vicus Portae Raudusculanse, que si la Vía Ostiense, que si la Marmota, que si el Aventino, que si el Coliseo, que si las Termas de Caracalla, que si el Palatino, que si los foros de Augusto y Vespasiano, que si el Quirinal…pero en la cabezota de Colón seguía en ebullición una idea irreflexiva que lo poseía: Asia, océano Atlántico.
“¿Pero a qué coño esperan los dos niñatos?”
De regreso a España, -llamado por Isabel, todo hay que decirlo-, un comerciante de Valladolid le contó con todo lujo de detalles, la historia de Saladino. El comerciante, bajito y medio ciego, había regresado de un viaje a Jerusalén y, claro, hablaba del conquistador como un loro. “Lo admiro, que era un jodido moro”, sentenciaba.
En la corte, Isabel lo recibió con una sonrisa descarada. Abandonada en una estancia con poca luz.
“Lo que hicieron con Hipatia fue una salvajada, ¿no te parece? Mira que descuartizarla y quemarla. Desnudarla al completo. Serían cristianos, pero también unos salvajes. ¿Sabes que era mucho más inteligente que su padre, más inteligente que ningún otro macho de Alejandría? ¡Era infinitamente más inteligente que tú, soberbio!”
Y Colón al fin recibió el sí por el que tanto sufría.
Dos años atrás, fray Juan Pérez, en la Rábida, le habló de las primeras pirámides, y le susurró un nombre: “Esnofru”.
Colón partió de Palos con Esnofru en la cabeza.
Isabel y Fernando casi habían olvidado qué buscaba Colón.
“Estará en el fondo del océano”, dijo Fernando.
“Seguro que en La Gomera, aprendiendo a silbar”, berreó Isabel.
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