La Noche más Oscura

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- ¿Que sucedió exactamente anoche, Paul?

El soldado gimió de dolor mientras el médico del regimiento cambiaba las vendas de sus ojos cegados por el gas venenoso.

- Anoche supe lo que es el infierno, doctor. La noche más oscura.

- ¿Te sientes con fuerzas como para contármelo? Necesito saber.

Una silenciosa lágrima surcó el rostro del soldado Paul y este habló con voz temblorosa:

- De algún modo, al ver el sol agonizando en el horizonte, supe que aquella batalla iba a ser para mí la última. Todos en la trinchera nos encogíamos expectantes aguardando la señal del sargento para matar y morir en una nueva carnicería.

 La orden a atacar resonó como un grito desesperado en nuestros oídos y surgimos de entre los muertos en una enloquecida carga hacia las líneas enemigas. El tableteo de las ametralladoras y el rugir de los cañones iban sembrando de cadáveres el sombrío y aterrador paisaje. Yo solo pensaba en correr, correr como un poseso a través de los fogonazos y estallidos. Un obús impacto justo delante de mí y deje por un instante de sentir el suelo bajo mis pies.

No sé cuánto tiempo estuve postrado en tierra, ni recuerdo si perdí o no el conocimiento. Solo sé que me envolvía un silencio de muerte. Lo siguiente que recuerdo es que volvía a correr despavorido hacia adelante, siempre hacia adelante. Hacia lo que yo pensaba que eran las líneas enemigas. De repente, una sombra humana apareció  y vi como esta me apuntaba con su fusil y gritaba algo que yo, ensordecido con la explosión que me había derribado antes, no pude oír. Le degollé con mi bayoneta.

Al surgir la luna llena de entre las nubes, vi mi fatal error. Al levantarme de suelo después de mi caída, había corrido sin darme cuenta hacia nuestra trinchera y había asesinado a mi propio sargento.

Sin darme tiempo a reaccionar, un ataque con gas venenoso del enemigo me cegó misericordiosamente  y me desmayé de dolor.

-Dios mío-susurró el doctor con horror y tristeza- ¿Ya sabes que vas a ser fusilado por cobardía y traición?

-Yo solo sé que me duele, me duele muchísimo. Le juro que me muero de dolor, se lo juro- sollozo el soldado con lágrimas de sangre.

-Te pondré morfina, pronto dejará de dolerte.

-No me entiende, doctor. No puedo soportarlo. Me duele demasiado.

El medico comprendió. Nadie podía soportar todo ese dolor. Ajustó la dosis de morfina para que el soldado Paul dejase de sufrir. Para siempre.

 

De vuelta en el agujero en la tierra que acogía el cuartel general de las trincheras, el doctor se presentó ante el capitán de la compañía a la que pertenecía el regimiento.

-¿Cómo se encuentra el condenado? Al amanecer tendrá lugar el fusilamiento.

-Descansa. En paz.

 

 

 


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