LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(12)

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                XXXlX

   <<Ponlas a buen recaudo,

llévatelas de aquí>>

Sus palabras comprendí

y capté su intención,

mi inquietud reprimí

y salí de la habitación.

   De allí saqué a las furcias.

El pueblo no estaba lejos,

pero estábamos anejos

a nuestra gran escapada,

ellas me parecían tejos

al hundirles mi mirada.

   Con dificultad me seguían.

Cabizbajas, despaciosas,

parecían tres bellas rosas

de macilento color,

eran perlas maliciosas

de pestilente olor.

   Me dio instrucciones

para llegar al destino.

Me dijo:<<evita el camino,

que nadie te pueda ver,

no vayas muy cansino

ni olvides tu menester. >>

   Íbamos a buen ritmo,

más las furcias me paraba,

yo inquieto estaba

por el insinúo retraso

que aquello conllevaba

y rompía nuestro paso.

   Despuntaba claro el día,

más íbamos caminando,

me estaba preocupando,

pues no quería que nos vieran;

el entorno iba oteando,

nuestros andares fríos eran.

   Me dio otras instrucciones

que bien tenía que cumplir,

nada podía referir

ni en fogosa confesión

y tenía que prescindir,

con ellas, conversación.

   ¿Fue deseo de mi padre

u órdenes de algún menda?

Clara era la encomienda

a su súbdito leal,

pues sacaría buena renta

su siervo incondicional.

   Después de muchas penurias

y sin que nadie nos viera,

se alcanzó la carretera

que del pueblo nos separa,

íbamos a la carrera

para que nadie nos pescara.

Con sigilo al pueblo entramos,

en sus calles penetré

y una casa busqué

seguido de las señoras,

silencio les ordené

a esas soñolientas horas.

     Llamé a una puerta

y conversé con su dueño,

fungí mi fino seño

con asombro y sorpresa,

me consideré un sureño

cumpliendo mí promesa.

   El mensaje que le di

al hombre no le inmutó,

pues atento lo escuchó,

asintió con la cabeza

y su puerta abrió

con prudente pereza.

   Penetraron en la casa.

Las gracias no me dieron,

menos aún se despidieron

de su asustado guía,

pues las furcias anduvieron

hasta despertar el día.

   El receptor del mensaje

era un grueso cincuentón

taxista de profesión

y de orgías tapadera,

sabía bien su misión

y callaba a su manera.

   Era fiel al potentado,

al rico terrateniente,

nadaba con la corriente

y era su filatero;

era el gran confidente

de su alteza el dinero.

   Lavaba la ropa sucia

de todos los hacendados,

preparaba los hastiados

y febriles jolgorios

quedando desmantelados

y parecían tenorios.

   Era un incondicional.

Con su piel de cordero,

leal y fiel escudero,

de escena desaparecía

como buen mensajero

y mutis por el foro hacía.

   Allí solté a las meretrices.

Me dispuse a regresar,

más no dejé de pensar

en la dichosa encomienda,

pues no existe el azar

en esta sinuosa senda.

   Allí quedó el paquete

candente y explosivo,

me quedé algo pensativo

henchido de desconfianza,

pues conocía al furtivo

en su irónica chanza.

   Era un hombre áspero,

con mala reputación,

de pícaro corazón

que en estraperlo andaba

con demasiada ambición

y de ello se jactaba.

   El papel de encubridor

en él yo lo desconocía

y convencido suponía

que de puerta herré,

pero dentro algo me decía

que era aquella …y llamé.

   A pesar de mi sorpresa

el precepto comuniqué

y claro se lo expliqué,

atento me escuchó

y tranquilo me quedé,

más convencido quedó.

   El las sacaría del pueblo

clandestinas en su coche,

esperaría a la noche

para que nadie las viera,

era un simple fantoche

sobre frágil escalera.

   Por delator y chivato

al “señorito” ganó,

pero de él no se fio

incluso cuando mentía,

buen provecho sacó

a su frágil cobardía.

   Más sabía el “señorito”

que era hombre obediente,

ostentaba don de gente

y era hombre de confianza,

persona inteligente

muy digno de alabanza.

   Pero perdía su valor

por soplón y embustero,

era un simple fulero

henchido de sumisión;

corría siempre el primero

según tenía ocasión.

   Bien sabía el “señorito”

como era el taxista:

arraigado falangista,

obediente, delator,

y ferviente fascista

preñado de deshonor.

   Clara y concreta fue

la orden que le transmití,

con mis dudas comprendí

que callado lo acataría,

y sigiloso me fui

asumiendo que cumpliría.

 


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