LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(12)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 21/10/2015, clasificado en Varios / otros
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XXXlX
<<Ponlas a buen recaudo,
llévatelas de aquí>>
Sus palabras comprendí
y capté su intención,
mi inquietud reprimí
y salí de la habitación.
De allí saqué a las furcias.
El pueblo no estaba lejos,
pero estábamos anejos
a nuestra gran escapada,
ellas me parecían tejos
al hundirles mi mirada.
Con dificultad me seguían.
Cabizbajas, despaciosas,
parecían tres bellas rosas
de macilento color,
eran perlas maliciosas
de pestilente olor.
Me dio instrucciones
para llegar al destino.
Me dijo:<<evita el camino,
que nadie te pueda ver,
no vayas muy cansino
ni olvides tu menester. >>
Íbamos a buen ritmo,
más las furcias me paraba,
yo inquieto estaba
por el insinúo retraso
que aquello conllevaba
y rompía nuestro paso.
Despuntaba claro el día,
más íbamos caminando,
me estaba preocupando,
pues no quería que nos vieran;
el entorno iba oteando,
nuestros andares fríos eran.
Me dio otras instrucciones
que bien tenía que cumplir,
nada podía referir
ni en fogosa confesión
y tenía que prescindir,
con ellas, conversación.
¿Fue deseo de mi padre
u órdenes de algún menda?
Clara era la encomienda
a su súbdito leal,
pues sacaría buena renta
su siervo incondicional.
Después de muchas penurias
y sin que nadie nos viera,
se alcanzó la carretera
que del pueblo nos separa,
íbamos a la carrera
para que nadie nos pescara.
Con sigilo al pueblo entramos,
en sus calles penetré
y una casa busqué
seguido de las señoras,
silencio les ordené
a esas soñolientas horas.
Llamé a una puerta
y conversé con su dueño,
fungí mi fino seño
con asombro y sorpresa,
me consideré un sureño
cumpliendo mí promesa.
El mensaje que le di
al hombre no le inmutó,
pues atento lo escuchó,
asintió con la cabeza
y su puerta abrió
con prudente pereza.
Penetraron en la casa.
Las gracias no me dieron,
menos aún se despidieron
de su asustado guía,
pues las furcias anduvieron
hasta despertar el día.
El receptor del mensaje
era un grueso cincuentón
taxista de profesión
y de orgías tapadera,
sabía bien su misión
y callaba a su manera.
Era fiel al potentado,
al rico terrateniente,
nadaba con la corriente
y era su filatero;
era el gran confidente
de su alteza el dinero.
Lavaba la ropa sucia
de todos los hacendados,
preparaba los hastiados
y febriles jolgorios
quedando desmantelados
y parecían tenorios.
Era un incondicional.
Con su piel de cordero,
leal y fiel escudero,
de escena desaparecía
como buen mensajero
y mutis por el foro hacía.
Allí solté a las meretrices.
Me dispuse a regresar,
más no dejé de pensar
en la dichosa encomienda,
pues no existe el azar
en esta sinuosa senda.
Allí quedó el paquete
candente y explosivo,
me quedé algo pensativo
henchido de desconfianza,
pues conocía al furtivo
en su irónica chanza.
Era un hombre áspero,
con mala reputación,
de pícaro corazón
que en estraperlo andaba
con demasiada ambición
y de ello se jactaba.
El papel de encubridor
en él yo lo desconocía
y convencido suponía
que de puerta herré,
pero dentro algo me decía
que era aquella …y llamé.
A pesar de mi sorpresa
el precepto comuniqué
y claro se lo expliqué,
atento me escuchó
y tranquilo me quedé,
más convencido quedó.
El las sacaría del pueblo
clandestinas en su coche,
esperaría a la noche
para que nadie las viera,
era un simple fantoche
sobre frágil escalera.
Por delator y chivato
al “señorito” ganó,
pero de él no se fio
incluso cuando mentía,
buen provecho sacó
a su frágil cobardía.
Más sabía el “señorito”
que era hombre obediente,
ostentaba don de gente
y era hombre de confianza,
persona inteligente
muy digno de alabanza.
Pero perdía su valor
por soplón y embustero,
era un simple fulero
henchido de sumisión;
corría siempre el primero
según tenía ocasión.
Bien sabía el “señorito”
como era el taxista:
arraigado falangista,
obediente, delator,
y ferviente fascista
preñado de deshonor.
Clara y concreta fue
la orden que le transmití,
con mis dudas comprendí
que callado lo acataría,
y sigiloso me fui
asumiendo que cumpliría.
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