Me había acostumbrado a verte entre los pasillos y estancias de mi rutina diaria. De cómo tú caminar destacaba entre tantas personas que habitaban.
Me había acostumbrado a ver tu belleza entre espejos y cristales, y como tu pelo brillaba entre luces oscuras y claras.
Me había acostumbrado a mirarte cuando no mirabas sabiendo que tú mirabas cuando no lo hacía o disimulaba.
Me había acostumbrado a acariciar tus labios en la distancia, a tan solo seis metros interpretaba, besaba.
Me había acostumbrado a rozar tus manos a escondidas de la gente, respirar en tus hombros en rincones secretos y tocar tus piernas con un dulce gesto.
Me había acostumbrado a despertar en las mañanas con mensajes de esperanza para todos estos días que pasan.
Me había acostumbrado a vivir sin tenerte, amarte sin verte y enamorarme sin poderte.
Y ahora que no tengo nada de esto sufro en silencio pues esta costumbre vacía mata y siento que la vida se escapa.
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