Miradas...

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Se despertó melancólica, sin saber cómo empezó a recordarle; evocaba cada carta, lo que provocaba en su corazón…, en su cuerpo. Con la llegada de las redes sociales, las nuevas tecnologías, aún sin saber cómo, perdieron todo contacto cuando más fácil parecía poder acercarse.

Pasaron los días, una noche, en un nuevo club abierto en el centro, su mirada se cruzó con unos ojos que provocaron una corriente eléctrica que la recorrió de pies a cabeza. « ¡Madre mía! ¿Qué ha sido eso?» Se sentía completamente atraída por esos ojos verdes, intensos y profundos que habían llegado a cada rincón de su cuerpo, estremeciéndola y provocando que sus piernas flaquearan, no sin querer avanzar hacia él. Intentó no pensar en ello, ni en él —aunque sus ojos no pudieran evitar buscarle a cada segundo—. Sin verle, todo parecía haber sido producto de su mente, de los recuerdos melancólicos de los que no se había podido aún despojarse.

Ya en la calle, de camino a casa, intentó parar un taxi pero alguien se le adelantó; era él. Se quedó paralizada, en otra situación hubiera luchado por el único taxi libre que parecía haber en la ciudad, pero su corazón bombeaba demasiado fuerte —sin explicación lógica para ella— y de entre sus labios, ninguna palabra era pronunciada. Él, como si hubiera leído los pensamientos que se agolpaban tras de sí, se volvió. Frente a frente, ambos sintieron que el mundo se detenía y dejaba de girar. Tras unos segundos que parecieron horas, se acercó y le propuso compartir el taxi. Primero, pararon donde Raquel indicó al taxista. Bajó despacio y se dirigió a su casa. Abrió la puerta y le pareció escuchar tras ella unos pasos, se volvió y le encontró frente a ella.

—No he podido evitar bajarme a los pocos metros. No sé qué ocurre, qué recorre mi cuerpo, pero concédeme un café, una copa, o lo que más te apetezca.

« ¡Huy si te dijera lo que me apetece!»

—Sube, algo tendré por casa que te guste. —No podía creer cómo las palabras habían salido de su boca sin ni siquiera pensarlo.

Entraron, encendió la pequeña lámpara de la entrada, y le sintió tras ella, podía percibir cómo su respiración se adentraba a través de su oído y su entrepierna se estremecía arqueando su espalda y apoyándose en él, sin poder controlarlo. Él, colocó sus manos en sus caderas, estrechándolas contra su sexo ya preparado para ella. Raquel intentó volverse, pero sintió como lass manos de él subían su falda y buscaban refugio bajo su ropa interior. La respiración de él se aceleraba… « dime al menos tu nombre», implocró Raquel… « dame al menos tu alma, aunque solo sea esta noche»; ella no pudo replicar y buscó su sexo bajo sus pantalones. Le pareció una erección perfecta, en ese momento, las manos de élhabían abandonado su ropa interior y recorrían sus curvas dirigiéndose a sus pechos. Sentía sus pezones erectos, ansiosos por su llegada y no pudo evitar gemir. Creyó que explotaría, « ¿cómo puede hacerlo tan bien? Suave e intenso al mismo tiempo, adoro esas pequeñas caricias, como recorre mi cuello con su lengua sin abandonar mis pechos…». Él la giró rápido y envolvió su lengua con la suya, deslizando su erección sobre su pubis, anhelando más… anhelando todo. La aferró fuerte de la cintura y la subió sobre la pequeña mesa del recibidor, se separó apenas unos centímetros… « No, aquí no, llévame a tu cama». Raquel pudo bajar despacio, deseando que sus piernas tuvieran las fuerzas suficientes, y agarrando su mano le condujo a su habitación. Frente a la cama, él abrazó su cuello mientras la miraba, mientras su respiración entrecortada apartaba los mechones de pelo que caían sobre el rostro de ella; parecía querer parar el tiempo.

« No nos conocemos… ¿así son los polvos de una noche? No, no lo creo y tampoco lo entiendo, ¿qué ocurre?»

La acomodó sobre la fina colcha, suave como su piel, preciosa como ella. Se colocó encima y no dejó de moverse sobre ella mientras no apartaba la mirada de sus ojos, no podía. Su sexo gritaba por sentir la dilatación y humedad de las paredes de Raquel, pero sus ojos solo querían seguir el recorrido al que esa unión visual le llevaba. Sin esperarlo, escucho: « Por favor, adéntrate en mí, siénteme, te necesito dentro, pero…», la interrumpió y terminó él la frase: « … pero no dejes de mirarme». Raquel no podía creer que esa conexión hubiese nacido… sin saber de dónde, pero todo en su cuerpo le llamaba, le imploraba, deseaba con todas sus fuerzas sentir su sexo duro por ella, en su interior… Sin apenas darse cuenta, vio cómo se colocaba despacio un preservativo y se dirigía a su interior. Parecía estar pasando todo tan despacio, y tan deprisa a la vez. No pudo seguir pensando, su entrepierna se contrajo al sentir como el sexo de él se deslizaba despacio, dilataba sus paredes húmedas —tanto como hacía mucho que no recordaba— y sí… mientras lo hacía no dejaba de mirarla, con sus manos acariciando su cuello y sus mejillas, cada embestida era más intensa que la anterior, pero no las sentía bruscas, solo vehementes, ávidas de deseo. Raquel acariciaba despacio su espalda, movía sus caderas acomodándose —aunque no lo sintiera necesario— al puzzle perfecto que formaban ambos. Cuando se deshizo en ella, después de haber llegado ambos al clímax, le pudo observar dormido junto a su cuerpo, parecía un ángel caído del cielo para hacerla feliz. Raquel se levantó despacio para evitar despertarle, sin darse cuenta, un papel cayó de los pantalones de él y al recogerlo pudo reconocer las letras escritas. Eran suyas, esa caligrafía era —aunque de hacía años— la suya. Lo desdobló y era una de las cartas enviadas a su “amigo” de la infancia, ese chico con el que le había puesto en contacto su padre. Era el hijo de unos amigos, estudiaba en Inglaterra y se sentía solo, tanto sus padres como los de Raquel, creyeron que le vendría bien el contacto, aunque fuera a través de las cartas, con alguien de aquí; se marchó tan pequeño que ni siquiera dejó amigos con los que cartearse.

—¿Estás bien? ¿Ocurre algo? —preguntó él somnoliento.

Sin mediar palabra, Raquel corrió a sus brazos y le abrazó, entediéndolo todo.


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