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 Dieciseis años. Contemplo los garabatos en el pizarrón, oigo las voces del salón. Dieciseis años. Las miradas ahí, para mí, no existen a pesar de que todo lo contemplo, y con mis ojos absorbo. Vivo constantemente entre mundos; el de mi cabeza, el del mundo sordo, mundo mudo, el mundo sin gente, el mundo de los estereotipos, el mundo de la vida insípida y cotidiana, el mundo real. Un solo mundo. Aunque con varias facetas. 

  Camino a la escuela. Cruzo la calle. Las hojas rozan la acera fría, marrones, caídas. Motores de carros y motos rugen al pasar a una velocidad obscena, metálica. Y entre sus rugidos y salones me pierdo. No me hallo. Una voz distinta suena, me llena de esperanza, deseo, dolor. Huyo. No le miro. Un par de voces más, no me dan ni esperanza ni calma, solo una leve risa y un porqué no, tal vez...

  El resto, me suenan asquerosas, monótonas, indefinidas; aunque si, más honestas que las anteriores. Al menos estas no dan esperanza de amistad, falsa. Pero ya no importa. Eso es lo de menos. ¿Qué le pasó a la h? ¿Qué le pasó al lápiz? Porque pareciera que mi corazón se aferra a todo y no deja nada salir. Que mi mente enreda todo pensar y no lo quiere desenredar. Que todo lo leído, lo absorbe y vomita. Todo lo devora y regurgita. Y ninguna palabra sale. Ninguna palabra que cuadre. 

  El cálculo perfecto, improvisado, la fórmula, la historia, ya no están. La labia, el río de grafito, las páginas repletas de gente, ya no están. Los sitios creados, las vidas ficticias vividas, las verdades y mentiras, ya no están. ¿Qué le pasa a mi mano, a mi mente, a mi soledad, a mi noser? ¿Será la adolescencia? Aquella cosa que le quita a uno el contenido de una sonrisa vacía para reemplazarla por una existencia más completa, en su propia manera, en su vacío profundo. Adolescencia. La creación de sectas, de consciencia e inconsciencia, de lo que es ser y no saber. No saber. Ser virgen de labios, fantasma de pasillo, y blanco en el calendario. Un gato perdido, callejero, que no sabe a dónde va y nadie le ve pasar, pero sigue y adónde sea. Un suspiro, un llanto que parte el abdomen, una falta de aire que corre, un grito desesperado que se esconde, y mil palabras que uno muerde y nunca nadie oye ni responde. 

 Porque tenía amigos y los perdí. Me enamoré y lo perdí. Soñé y lo perdí. Caminé pero lo perdí. Busqué pero lo perdí. Sin hallar nada lo perdí. Perdí el querer, el entender, el comprender ajeno. Perdí la intimidad, el pertencer, la sociedad, lo que anhelaba y detestaba sin saberlo. Porque quería huir, amar, y vivir entre páginas y ahora no sé como hacerlo. Porque quería luchar, amar, y vivir entre vidas y ya no sé. Ya no sé. El hastío me llena. La falta de conexión, la falta de comprensión. La falta de información, de historias, de palabras, de vida. Ya todo parece un chiste, algo insignificante, nada que toque. El amor, la amistad, los sueños, la filosofía, la ciencia, la historia, el arte, la literatura, la vida: todo parece...

 Y no...


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