Cuatro Esqueletos (Primer esqueleto)

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Primer esqueleto

 

 

Ah...la carne es débil, no es tan siquiera el principio. Ahora lo sé, pero es tarde, pues de nada sirve ya saberlo.

Llegar a constatar la verdad es, creo, lo peor de todo; porque aún parezco tener alguna clase de responsabilidad aquí abajo, donde apenas distingo la sombra correcta.

La memoria se va con la carne, pero en los huesos perdura el eco. La conciencia retrocede, se muda, pero no desaparece; duerme su invierno en la ósea blancura, cobijada de la lluvia fina del tiempo.

Aún recuerdo como mi corazón fue enmudecido conforme aquellos hilos hilvanaban una argéntea camisa de fuerza ceñida al latido siguiente, que, más debil cada vez, despegaba con la conciencia pasajera hacia un Ávalon de dulces manzanos y bellos recuerdos.

Era verano cuando sucedió, pero ahora sé que las estaciones no influyen. Son como un sombrero prestado que vuela igual que un pájaro, unas veces como negro cuervo de alas plateadas, otras como blanca paloma adornada con preseas de oro; con la noche y su fría luna, con el día y su cáildo sol; trayendo una bufanda aquí o un gorro de lana, dejando una pañuelo de fina seda allá o un sombrero de paja. Volando, siempre volando, sosteniendo el cielo para que luego caiga.

No, las estaciones no influyen. En pleno verano, un frío álgido y bruñido colmó mis entrañas y vahó mis ojos hasta que al fin no sentí nada...

Ah...la carne es un fruto maduro contando los segundos antes de caer y sufrir la temida herida mortal. El manto que delata con sus relieves las líneas del misterio inaudito, el cual oculta con celo como una sorpresa para el final.

La carne-ahora lo comprendo-es el principio, el inicio efímero de una conciencia eterna donde los recuerdos más afilados se embotan, intercambian y mezclan, conforme te mudas de un lugar a otro, transformándote como la mariposa, trascendiendo los límites con cada pensamiento convertido. Si algo conservo, son pensamientos, pero no los convencionales de un ser perecedero, sino aquellos que hacen saltar los clavos de la memoria y desmoronan los tablones del tiempo; pensamientos de eternidad.

La carne dura, con mucho, lo que prevalece una generación; los huesos, sin embargo, baten unas cuantas épocas con su larga y perezosa siesta. Sostienen con orgullo y dedicación las indispensables notas de la Historia, el tiempo suficiente para que la verdad indubitable tome el relevo.

Pero basta de tanta poesía, aquí el éter adolece de viciado, el silencio ensordece y el peso de la tierra sepulcral...oh...sit tibi terra levis reza mi lápida...enflaquece el mínimo conato de insurrección. Aquí ni Morfeo ni Hipnos han despertado; y tanto el calor como el frío se confunden con la tierra; tierra seca, donde el agua no penetra y los ríos subterrános abandonan como islas.

En cambio, sí hay una oscuridad rotunda que lo envuleve todo, hija del vacío, esposa eterna del difunto; que sin embargo, hace las veces de cielo, inspirando en mí las dilucidaciones más descabelladas y estéticamente perfectas que haya jamás conocido; trayendo ocasos y auroras que casi parecen hacer brotar las lágrimas del tuétano de mi osamenta.

 

 


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