Caigo (Parte I)

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Sueño que caigo

Cuando era chico me gustaba recordar, a las mañanas, lo que había soñado durante la noche. Generalmente soñaba con cosas interesantes, historias que podía reconstruir y seguir una trama. En muy contadas oportunidades, hasta incluso se continuaban de una noche a otra. Una noche tuve un sueño terrorífico, de esos que te hacen continuar asustados aun cuando estás despierto. Cada vez que lo recuerdo, en la actualidad, sé que es una tontería; pero aun hoy siento escalofrío. Tuve un par de pesadillas más pero, con el tiempo, conseguí dominar la situación. Cada vez que tenía una pesadilla, aun en el propio sueño, tenía conciencia que era una pesadilla. Más tarde, y a medida que cumplía años como soñador, aprendí a dominar los sueños; es decir que no solo era consiente que se trataba de un sueño sino que también, si resultaba muy traumático, tenía la voluntad de poderme despertar. Pasé años soñando cosas agradables pero cuando no lo eran, podía despertarme a voluntad, y si no me despertaba, por lo menos sabía con certeza que se trataba de un sueño.

Una vez soñé que iba por un largo y angosto pasillo. Caminaba con seguridad aunque a cada lado sabía que había un abismo que se prolongaba en la oscuridad de la nada. De repente caía, lo que me resultaba angustiante. Como otras veces, me despertaba pensando que había tenido un sueño que me había asustado. Muchas veces se repitió ese sueño y en incontables oportunidades caí por el abismo que había a cada lado de ese angosto pasillo. Muchas veces, también, al llegar a determinados minutos de caída; sentía la angustia de toda pesadilla. Entonces todo funcionaba bien. Sabía que estaba en un sueño, no me angustiaba más que lo normal y a voluntad, me despertaba. Todo estaba bien: no me angustiaba, dormía bien y a la mañana siguiente, estaba descansado para seguir con el trabajo. Todo estaba bien hasta que un día me pregunté: ¿Me angustia la caída? O ¿me angustia lo que puedo encontrar abajo?

Entonces decidí. Puedo dominar el sueño para despertarme, por lo tanto, también puedo dominarlo para seguir hasta el final. Decidí seguir hasta el final, hasta donde jamás me había atrevido a descender.

El tema no fue tan fácil como lo describo en este relato. Pasaron muchos años, tal vez décadas, hasta que se repitió uno de esos sueños en el que caía por el costado de ese angosto pasillo. Esta vez me detuve a observar todos los detalles. El pasillo era como si se tratara de un paredón de aproximadamente treinta centímetros de ancho y por el borde superior que era de color blanco o tenue crema, era por donde caminaba. No era totalmente recto sino que se extendía hacia adelante y atrás mío en una sutil ondulación como una ese itálica. A los costados, la superficie de color oscuro casi negro descendía hasta las profundidades sin percibirse más allá del metro y medio o dos.

Como había dicho comencé a soñar de chico y cuando se repitió el sueño ya era adulto. Tal vez había pasado más de una década. Lo curioso de los sueños y, a veces, de la vida real es que te parece que solo pasaron unos instantes y en realidad pasaron años. O en realidad, los sueños y la vida real se contraponen. En la vida real pasaron años y te parece que fue un instante. Y en los sueños, un instante te parece varios años.

En ese instante tomé la decisión, que en tantas noches había planificado, no intentaría despertarme sino que seguiría hasta el final para averiguar qué es lo que hay en el fondo. En una de esas, la caída me mataría; pero como se trataba de un sueño, tenía la certeza que no me afectaría. La única duda que me atormentaba era que si estaba muerto en el sueño, podría conjeturar con lo que pasaba o, si estaba muerto, podría tener la voluntad de despertarme. No lo sabía, nunca me había muerto en un sueño, siempre me había despertado antes.

Si alguna vez se han tirado de un avión, saben que el instante antes que se abra el paracaídas es hermoso, uno realmente tiene la sensación que puede volar. Uno puede abrir los brazos y las piernas y ofrecer la panza al viento y frenar la caída porque embolsa el viento o puede hacer picada al juntar los brazos al cuerpo, juntar las piernas entre si y orientar la cabeza en dirección a la tierra con lo que se consigue aumentar la velocidad de caída. Esta es la posición que adopté. No quería retrasarme en la caída, mi ansiedad hacía que quisiera que todo fuera más rápido.

En medio del viaje (o de la caída) me acordé de algunos cuentos de Cortázar o de Borges en los que el personaje cree que está soñando y en realidad es cuando está despierto. ¿Y si en realidad estoy despierto y creo que estoy soñando? Espero que no, porque entonces no vería lo que hay abajo sino que la caída sería trágica.


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