Zavod 311 (parte I)

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         Thomas me presentó a Mario González una tarde verano, me dijo que él era el líder del pelotón y que se encontraba en Lima reclutando hombres para los escuadrones de batalla contra los rusos. Cuando lo vi no me pareció nada especial, era un argentino blanquiñoso, bastante delgado y con el cabello rojizo. Tenía, eso sí, un marcado tono de liderazgo en su voz que lo volvía intimidante. Me dijo que su escuadrón contaba solamente con once hombres: ocho argentinos, un español, un chileno y un uruguayo. Yo sería el número doce en el pelotón.

            Mario también me habló de tiempos mejores en los que su escuadrón llegó hasta veinte hombres,  y quienes por errores de comunicación, fueron acribillados por los rusos en la batalla de Kershakov. “A Dante y Lucas, los mejores soldados por lejos, se los garcharon en Kershakov. Los putos de inteligencia les dieron mal las coordenadas enemigas y cuando se dieron cuenta ya tenían veinte rusos encima del orto”.

            Después de que Estados Unidos perdió la guerra y Rusia quedó con el camino libre para dominar el comercio mundial, a Popov no le bastó haber adquirido las tierras de su contendiente más recio. Dos meses después los rusos invadieron México y acabaron con la vida de más de doscientos mil mexicanos. Eran despiadados, no solo mataban sino que también torturaban y de ese modo conseguían información valiosa de las defensas enemigas. Su eficacia era temeraria en cuanto a invadir se trataba.

            Sin embargo, tiempo después se supo que varios mexicanos, estadounidenses y unos cuantos canadienses lograron huir por mar de las implacables fuerzas rusas. Se aglomeraron miles de hombres en Centroamérica y desde ahí planeaban un contraataque masivo. A pesar de la desventaja numérica y armamentística, se sabía que los estadounidenses debilitaron en gran parte las fuerzas rusas antes de caer en la rendición. Cuando la invasión a Sudamérica era inminente, decidí enfilarme para combatir.

Al día siguiente ya me encontraba en el aeropuerto de Buenos Aires con todos los miembros de la Comunidad Táctica Latinoamericana, el nombre del movimiento que Mario fundó hace más de dos años y que recientemente venía ejerciendo trabajos vitales en el debilitamiento de las fuerzas rusas. Antes de partir a Costa Rica, Mario asignó las patrullas: tres patrullas de cuatro hombres cada una. En mi patrulla estaban Mario, Thomas Solís y Alejandro Purat, un calvo argentino que hablaba un alemán fluido por alguna razón.

Mario ejercería la labor de apoyo; suministrando munición, colocando explosivos Claymore estratégicamente y organizando los ataques relámpago de las tres patrullas conjuntas. Thomas sería el médico de campo; dotado de morfina, desfibrilador y una valentía del tamaño de Sudamérica. El calvo sonriente y confiado era soldado de reconocimiento, un francotirador paciente, con una visión de águila, además de llevar consigo explosivos C4 y un Soflam, que permite reconocer soldados y vehículos de infantería a largas distancias para ataques con precisión. Finalmente a mí se me encargó la clase de ingeniero: llevando conmigo un kit de herramientas para bien reparar nuestros vehículos o averiar los vehículos enemigos y tres explosivos tipo mina para volar tanques enemigos en movimiento.

            Cuando aterrizamos en el aeropuerto de San José pudimos ver la expresión de esperanza que los pobladores locales cargaban en sus miradas. No éramos el único escuadrón latinoamericano que se encontraba en San José, estaban otros más recibiendo las bendiciones de la gente y los característicos saludos de pura vida que mandaban los ticos. Mario nos contó que Honduras, Nicaragua y El Salvador también habían sido asignados como puntos de encuentro para muchos otros escuadrones que deberían combatir en forma conjunta para poder dañar y quizá vencer a los rusos.

            De camino a la base, Mario ya sabía de antemano cuál era el destino que se nos asignó. No formaríamos parte de la resistencia sino que tendríamos que viajar hasta Rusia e intentar acabar con una vieja fábrica de tanques que seguía ejerciendo en un lugar llamado Zavod. Se darían diferentes ataques relámpagos en distintos puntos de refacción y fabricación masiva de vehículos. Todo esto en un intento de desacelerar la velocidad con la que los rusos atacaban y dominaban cada país que pisaban.


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