Mario nos advirtió que quizá no volveríamos a casa de esta misión, y que la aceptó después de que varios escuadrones élite la hayan rechazado, denominándola misión suicida. “Doce hombres contra probablemente diez veces más soldados rusos no es una tarea fácil, pero alguien tiene que hacerla, alguien se la tiene que bancar y yo confío en ustedes muchachos”. Y sin embargo, si no deteníamos esta masacre de algún modo, no habría lugar a donde volver. Entre la espada y la pared, nosotros elegimos la espada.
Zavod era un amplio terreno de vegetación boscosa en cuyo corazón se encontraba el centro de operaciones ruso. El primer paso para conseguir el éxito en esta misión era flanquear la zona con la ayuda del Soflam para marcar los objetivos de forma exacta, pasada la etapa del reconocimiento; la precisión y un buen silenciador se encargarían de limpiar la zona. Acordamos entre todos que Zavod 311 sea una operación nocturna, para reducir el rango de visión de los hombres rusos y aprovechar al máximo el factor sorpresa con el que contábamos. Doce hombres jamás se atreverían a pisar la tierra del país que tiene en su dominio la mitad del mundo.
Sin embargo, al llegar a la zona de preparación nos topamos con soldados estadounidenses que también habían sido asignados a Zavod y cuyo líder, irónicamente era un mexicano llamado Cortez. “Cortez assigned us this mission to recover Zavod and kill every single motherfucking Russian around”. Era increíble que de doce hombres solo yo tuviera la capacidad de comunicarme en inglés. Los argentinos se inflaban el pecho y se rehusaban a trabajar en conjunto con un grupo de gringos sobrevalorados que huyeron de su país y lo dejaron en manos enemigas. Su punto de vista era entendible, pero no había forma de lograr una operación exitosa si no aceptábamos la ayuda estadounidense.
Finalmente, Mario dio uso de su sensatez, les pidió que atacaran por el Sur y nosotros nos encargaríamos del Norte; atacando de ambos lados a la vez aumentarían nuestras posibilidades de victoria. El ataque fue programado para las tres de la madrugada. Siendo las cinco de la tarde, decidimos dormir un par de horas en el campo verde y soleado de Zavod después de veinte horas ininterrumpidas de ojos bien abiertos. Despertamos a las ocho y comimos de las provisiones que nos obsequiaron los costarricenses, tuvimos que comer todo sin haberlo calentado previamente porque el fuego podría alertar a los enemigos. Sorprendentemente la temperatura bajó en gran cantidad cuando anocheció, algo de lo que yo no estaba acostumbrado pero que a los argentinos no pareció afectarles.
Cada patrulla había asignado a un francotirador que atacaría de forma sincronizada a los guardias en las torres que rodeaban el área de Zavod. Las patrullas Bravo y Charlie habían asignado a Emmanuel Liaudat y Jorge Luis Mamani como sus francotiradores, respectivamente.
A las diez de la noche ya se encontraban en sus puestos los francotiradores y los líderes de cada patrulla conversaban constantemente a través de la radio para reducir cualquier margen de error. Por su parte, los americanos me entregaron una de sus radios para comunicarme con su comandante y coordinar el ataque. En la espera, larga y tensa, a través de aquellos binoculares con visión infrarroja; pude darme cuenta que sería mi primera batalla real. Ya no serían más aquellos entrenamientos acelerados que realizaba de forma magnífica en la Escuela. Esta lucha era real.
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