Echando horas de más en la oficina.

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Recuerdo perfectamente que aquel día estaba agotada. Serían sobre las nueve de la noche cuando decidí llamar a mi pareja para comunicarle que el cabrón de mi jefe, había decidido terminar los cuatro presupuestos aquella "tarde", fuera como fuese.

«Termino éste y llamo», pensé mirando la maldita hoja que tenía delante. Total, tampoco se iba a asustar… aquello pasaba muy a menudo.

Me notaba demasiado nerviosa y, es que, tenía muchísimas cosas que hacer en casa aquella noche cómo para estar allí dos o tres horas de más. La pierna derecha hacía una extraña danza a pequeños brincos moviendo la mesa y el bolígrafo repiqueteaba sobre el papel, desconcentrándome. Suspiré e intenté relajarme, tendría que estar allí sí o sí, así que mejor hacerlo tranquila y bien, que rápido y mal. Suspiré con los ojos cerrados y me levanté de aquella silla que ya se me asemejaba de piedra. Acomodé la falda de tubo y salí en dirección a la pequeña cafetería de la oficina; me prepararía un café.

Los pequeños tacones resonaban por la estancia vacía, cosa que llamaría la atención de Alejandro. Arrastró la silla en la que estaba sentado, desplazándose hasta salir de su despacho y quedar en mitad del pasillo mirándome.

— ¿Todo bien? —preguntó con el mismo tono seco de siempre.

— Todo bien—respondí mientras seguía caminando.

— Me marcho en breve, cierra bien todo cuando salgas y conecta la alarma de seguridad.

Lo oí pero no contesté, me adentré en la cafetería , me preparé y serví el café mientras pensaba en Alejandro. Nunca le había caído bien; un sentimiento mutuo y palpable en el ambiente. Aunque para que yo no le cayera bien no tenía motivo alguno. Soy bastante eficiente en mi trabajo y nunca le he dado problemas de ningún tipo; ni a él, ni a la empresa.

Estaba muy bueno aquel cabrón… tenía 37 años, moreno, alto y bastante machacado físicamente.  Su aspecto rudo y sus contestaciones impasibles, en cierto modo, me habían llegado a poner, pero después, cuando llegaba la hora de ser jefe-trabajadora, el odio trepaba hasta salir a flote de mí y se me olvidaba su atractivo natural.

Tras tomar el café, volví a mi lugar a seguir con aquellos estúpidos papeles y, debido a que no escuché nada por allí fuera, supuse que Alejandro se habría marchado, así que me permití el lujo de desprenderme de los apretados zapatos y desabrochar un botón de la camisa por el cual no se apreciaba mucho. Me eché hacia atrás en la silla y seguí buscando información en el PC para rellenar los presupuestos. El estar un poco más calmada hizo que el trabajo se adelantara bastante y media hora después, decidí tomar otro descanso antes del tirón final. Sin saber exactamente cómo, terminé buscando relatos cortos y eróticos en internet. Hacía mucho tiempo ya que no visitaba esos lares y me apetecía leer un rato algo que no llevara códigos y precios.

Leía sobre un trío compuesto por dos hombres y una mujer. El calor comenzó a subir por mis piernas abarcando incluso mi pecho, cuando aquellos dos maromos la cogieron a la vez. Doble penetración. Su vecino y su cuñado se la follaban salvajemente en el cuarto de contadores. Levanté la falda sólo un poco e incrusté dos dedos de una mano dentro de mí mientras con la otra me frotaba el clítoris sin rodeos ni masajes. Comencé a masturbarme de forma bestial,  eché la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados sin terminar si quiera de leer el relato. Dos pollas dentro de mí chocando al final de su destino, dos cuerpos que tocar, dos alientos que sentir… me corría. Apreté los ojos aún más fuerte y froté con fuerza. El calor subió en forma de lava y la respiración se me cortó dispuesta a volver cuando aquel volcán por fin entrara en erupción. Y escuché un ruido. Abrí los ojos a comienzos de pleno orgasmo y vi a Alejandro apoyado en la puerta de mi despacho con una sonrisa en la boca. Demasiado tarde, el placer pudo más que la vergüenza y sin darme tregua a nada, unos impactantes chorros comenzaron a brotar hacia delante haciendo que los ojos de mi feje se abrieran impresionados.

No me dio tiempo a pasar mucho más apuro, ni siquiera a pedir perdón por andar tocándome en la oficina como una desesperada. Alejandro ando hasta mí con paso ligero y cuando llegó a mi altura, sujetó con una mano el filo de mi camisa donde comienzan los pechos y tiró de él hasta levantarme y tenerme de pie junto a la mesa.

Apartó la silla de una patada y en una sigilosa maniobra, me dio la vuelta hasta posicionarse detrás de mí con la polla bien erecta y pegada a mi culo.

—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunté intentando zafarme del firme agarre que tenía sobre mis brazos.

—Darte lo que necesitas.

Y no sé porque lo dejé continuar con aquella locura, yo nunca había sido infiel a mi pareja y ahora me sentía completamente sucia por estar empapada con aquella situación.

Alejandro subió mi falda un poco más que antes, dejándola alrededor de mi cintura y tras inclinarme hacia delante en la mesa, me pegó un cachete bien fuerte en la nalga.

—El trabajo no está para tocarse el coño —dijo con la voz más ruda y escalofriante que he escuchado nunca—. Kiteralmente —recalcó con una sonrisa. Tragué saliva, aquel gesto me había cogido de improviso y para qué negarlo, me había puesto demasiado—. ¿Volverá a repetirse?  

No contesté, si aquel tío, mi jefe, seguía con aquello, seguramente quedaban muchos días en los que correrme en la oficina fantaseando con él

—No te oigo Olga… ¿volverá a repetirse? —Otro manotazo en mi culo, ésta vez un poco más fuerte.

—No —contesté con un gemido cuando los dedos de mi jefe tocaron mi clítoris desde atrás.

—Así me gusta… ahora te lo voy a comer, ¿de acuerdo? Te lo voy a comer hasta que me regales esos chorros a mí, en mi boca.

Y gemí, porque aquellas palabras acompañada de los dedos revoltosos que me masajeaban el punto  más excitante de mi cuerpo, me estaban haciendo polvo.

Alejandro se agachó y tras abrirme las nalgas con las dos manos, comenzó a chupar y lamer mi culo y gran parte de mi coño incrustando su cara en mí. Chillé todo lo retenida que pude, pero su lengua hacía maravillas dentro de mis dos agujeros con maniobras imposibles.

Mi móvil comenzó a sonar rompiendo el maravilloso momento y mi corazón se desbocó cuando vi el nombre de mi novio en la pantalla.

—Cógelo— susurró detrás de mi oído. Ni si quiera me había dado cuenta de que se había incorporado.

— Pero es mi novio…

— Por eso, cógelo. Habla con naturalidad y córrete en mi boca mientras lo haces.


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