Agazapado entre los matorrales me aproximé en silencio a la pequeña poza de agua formada por una vertiente, dispuesto a cazar alguna de las tórtolas que iban a beber; claro, como chiquito de 7 años de edad no había logrado atrapar ninguna. Escuché voces más abajo, miré por curiosidad y allí estaba Ofelia, una campesina joven, bonita con todas sus curvas muy bien dispuestas; estaba refunfuñando porque el huaso Floridor trataba de tomarla por la espalda, mientras lavaba ropa que sacaba de un canasto.
Floridor un joven de unos 25 años, sí que era hábil cazando tórtolas, ahora parecía querer jugar con Ofelia.
-Anda, Ofelia, poh - mientras hablaba sus manos la tomaron de los hombros por detrás. El juego debe haber sido entretenido, porque ella no hacía nada por huir, se limitaba a darle manotones al muchacho.
-¡Ya déjate de molestarme! Te voy a acusar con mi papá y ya sabís que tiene mal genio.
-No importa, m’ijita linda, pa’ qué le vamos a contar.
La cogió de sus pechos y, muy juguetón, la apretaba contra sí; la muchacha seguía protestando, pero parece que la travesura realmente le gustaba, pues cerró los ojos y ya no manoteaba.
Me aburrí y volví a esperar las tórtolas, pero la presencia de los dos y su parloteo espantaron a los pájaros. Minutos después, muy cerca entre las retamas, escuché de nuevo el reclamo de ella y el muchacho tratando de acallarla; el fuerte quejido de la mujer me hizo apartar las ramas.
Analicé la situación y llegué a la conclusión que Ofelia había sufrido un ataque, porque estaba de espaldas sobre el pasto y se movía quejándose más fuerte. Sobre ella Floridor estaba tratando de reanimarla, le deba respiración boca a boca. Lo curioso es que estaba con los pantalones abajo y se movía; por cada movimiento ambos suspiraban hasta que con unos pequeños gritos ella se mejoró claramente. Ambos, cansados, quedaron echados de espaldas.
-Oye Floridor, y si quedo enferma… ¿Vai a responder, oh?
-No se preocupe mi “prienda”, pa’ eso soy hombre.
Me fastidié y me fui en silencio, a nadie conté este extraño desmayo de la Ofelia. Con mis padres nos fuimos de nuevo a la ciudad y pasaron varios meses; llegó una invitación del campo, para asistir a un casamiento.
Mucha gente en la pequeña iglesia, arribaban en automóvil, a caballo o a pie. Vi como llegó el Floridor, elegante aunque no tenía cara de ser muy feliz, vaya uno a saber por qué. Al lado suyo y muy apegadito iba el papá de Ofelia, un viejo muy iracundo, la gente le temía; llevaba un paquete largo envuelto en un paño que parecía molestar al joven y, cada vez que se detenía, el viejo le clavaba la espalda. El curita, un sacerdote gordito, miró con sospechas el mentado paquete, pero en eso llegó la Ofelia con su panza muy levantada. Fue grave la enfermedad, pensé, para que se le hinchara tanto su estómago. El sacerdote miraba el bulto que apuntaba a Floridor y luego la barriga de Ofelia: finalmente movió la cabeza, encogió levemente sus hombros y todos entraron a la iglesia. A mí no me interesaba lo del casamiento y me quedé jugando con otros niños.
En la tarde mi mamá me dijo que no comiera más golosinas, porque me iba a enfermar de la guata.
-¿Cómo la Ofelia? _pregunté cándidamente.
-Sí, hijo, como la Ofelia que comió muchos chocolates y mira como quedó.
-Sí, pero el Floridor la ayudó cuando se desmayó en el arroyo.
-¿Cuándo fue eso?
-En el verano, mamá, cuando yo fui a cazar tórtolas.
-Ejem, … Y ¿Qué viste?
-Bueno, la Ofelia se enojó porque Floridor quería jugar con ella y la llevó a la rastra entre los matorrales. Estaba muy mal, porque él tuvo que sacarle sus calzones y echarse sobre ella. Le dio respiración boca a boca y la mejoró.
Mi madrecita se pasó su mano fuertemente por la cara.
-Te aconsejo que nunca más mires a la gente adulta,… menos cuando estén jugando.
El Floridor y la Ofelia cuando pasaron los años tuvieron cinco hijos. Bueno, entonces aprendí que los quejidos de ella no eran de enfermedad. ¡Ah! Y también aprendí a ser mejor cazador de tórtolas que el campesino.
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