Iniciación de un Detective Novato, Historia policial.

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Estaba despertando, la boca amarga y una sensación de malestar general; abrió los ojos y vio el techo que alguna vez fue blanco con multitud de pequeños puntos negros, dedujo que eran cagadas de moscas. ¿De moscas? ¡ Dónde diablos estaba!

Trató de sentarse en la desconocida cama, pero una punzada en la cabeza lo hizo quejarse. Estaba en un modesto cuarto, sucio y pequeño; su sensible olfato reconoció una desagradable mezcla de olores: cigarrillos, vino barato y lo que le pareció caca y orina.

Alarmado definitivamente quiso levantarse y se encontró totalmente desnudo; por instintivo pudor estiró su mano para tomar una de las sábanas, al jalarla notó que había alguien tapado. Con el ceño fruncido destapó la cama y con horror vio a una mujer vieja, fea y maltratada por la vida, con su boca abierta y desdentada, que dormía plácidamente.

Como Detective su mente se despejó y trató de recordar qué había sucedido, mientras se alejaba de la bruja que había dormido a su lado, cubriéndose lo que mejor pudo con la sabanilla. No, no hubo caso, su mente se negaba a entregarle recuerdos exactos que le explicaran esta pesadilla. Buscó su ropa y, lo más importante, su revólver y su placa policial; no los encontró.

Desesperado abrió la puerta, no pudo evitar dar una última mirada a la vieja; salió a un largo pasillo apenas alumbrado por el sol que se colaba por una ventanilla. Su olfato lo llevó guiado por el hedor a un baño sucio por todas partes; con asco sus pies desnudos pisaron el suelo mojado con orina y en un acto heroico abrió la llave del agua de un quebrado lavamanos, se lavó la cara y bebió largos sorbos. El espejo le devolvió el reflejo de su rostro demacrado y juvenil; sus veinte años no eran capaces de discernir qué demonios pasaba.

¿Demonios? Brevemente por su cabeza pasó la idea que estaba en el infierno y sonrió. Volvió al pasillo y como un monje budista envuelto en la no tan blanca sábana, se dirigió a la salida del fondo. Al pasar por una puerta escuchó una suave melodía, a decir verdad el mal olor no llegaba allí, incluso percibió un perfume ambiental. Golpeó y con asombró vio una hermosa mujer cercana a los cuarenta años, vestida con elegante bata que lo invitó a pasar.

Había enorme diferencia con la covacha de la que había escapado.

–Perdón señora, no sé qué pasa. ¿Dónde estoy?


La mujer en silencio preparaba una taza de café, desplazándose por la gran habitación que era un elegante departamento de un ambiente: dormitorio, un comedor, una cocinilla eléctrica e incluso un juego de living. Impasible, con un gesto le pidió sentarse, como si fuera lo más normal estar ante un joven amortajado pudorosamente.

El Detective, ya más tranquilo, tuvo destellos de recuerdos. Su primer Jefe, la risa de otros Detectives, prostitutas bailando y bebiendo. Todo era confuso, bebió la deliciosa taza de café negro y escuchó la voz de contralto de la mujer.

–Escúcheme bien, señor –le sonó raro el trato de “señor”, pero recordó que era oficial de la Policía de Investigaciones–. Sus colegas estaban demasiado alegres celebrando su llegada a esta ciudad.

Un campanazo sonó en su extraviada memoria, sí recordó que había salido de la Escuela institucional y que fue destinado a esa unidad. Acomodó su precario ropaje, la hermosa no le dio importancia al hecho que debajo estaba desnudo.


–Lamento que le hayan hecho esta broma tan pesada, pero …–levantó las cejas con un ligero encogimiento de hombros–, ellos son los que mandan y yo obedezco; no quiero problemas con los ratis.

Bruscamente se le aclaró la memoria; su llegada y presentación ante el Comisario y la alegre recepción de sus colegas ante el “rati nuevo”. Llegó la noche y un grupo, dirigido por el Jefe, lo llevó hasta el prostíbulo; recordaba el agasajo de las hermosas mujeres que lo hacían beber y beber, hasta que perdió el conocimiento.

Ella lo observaba y comprendió que recordó todo.

–Señor, yo sólo soy la regenta de este negocio. Perdone, no debo meterme en lo que no me importa, … pero usted se ve un joven decente.

Silencio. Buscó sobre un sillón lo que él reconoció como su traje, camisa. Rápido los tomó y buscó su arma.

–No se preocupe, estoy acostumbrada a estas …bromitas.

Sacó de una cajonera lo que tanto preocupaba al joven Detective, su revólver y su placa. No le importaba su elegante traje, pero sí aquello que lo diferenciaba del resto de los mortales.

Ella se entretuvo arreglando ropas, para dejar que él se vistiera. Sintió agradecimiento por su comprensión y admiró su habilidad para sobrevivir en ese ambiente.

Vestido elegantemente, se sintió observado por sus bellos ojos.

–Perdone, no hablo nunca de esto… –Sus ojos brillaron, húmedos–. Me recuerda a mi hijo.

Sacudió la cabeza y se apresuró a cerrar cajoneras y muebles.

–Señora, –su voz varonil y profunda hicieron estremecer los hombros de la mujer–, nunca olvidaré que usted es una dama.

Dándole siempre las espaldas, la espléndida regenta agachó su cabeza y habló con quebrada entonación.

–Váyase ya, por favor…, no me debe nada –seguía con su rostro oculto–. Y, por favor, cuídese, no permita que le hagan más este tipo de bromas.

–¿Cómo …cómo se llama? Nada impide que sea su amigo.

–No puede haber amistad entre un policía y yo… No se endurezca, aquí siempre … tendrá mi protección. Vaya a la puerta del fondo, está cerrada, pero llamaré por citófono para que lo dejen salir.

Efectivamente la gran puerta se abrió en forma mágica y una mujer de edad lo miró curiosa, pero en silencio.

–Ah, caballero, no se preocupe, … no pasó nada con la vieja ni con nadie –Desde el interior salió la voz de la encargada del burdel.

Nunca olvidaría la mala pasada de sus bromistas colegas, mientras caminaba por la calle en dirección a su cuartel. Imposible sería borrar de su memoria a la hermosa señora, regenta del prostíbulo, con un inmenso corazón de madre y de mujer.




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