El Pícaro Jacobo y sus Pícaras Aventuras. (II) Final.

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Jacobo El Pícaro.

La bella rubia no se dio cuenta o simplemente disimuló, pues le mostró una seductora sonrisa.

–Hola, me llamo Mariza, soy nueva en esta ciudad.

Se le cayó el libro de estudios, con la camisa frente a su pantalón se acercó a ella, quien comenzó a armar un enorme quitasol sin mirarlo.

–¡Eh! ¡Qué poco caballero eres! ¡Ayúdame a instalar esto!

Jacobo no sabía qué hacer, su miembro viril se había rebelado tanto que no podía controlarlo; además, sospechaba que la rubia quería burlarse de él. Con una mano ayudó a clavar en la arena la sombrilla. Atolondrado volvió en busca de su libro, escuchando la alegre risa de Mariza, regresó con su prenda de vestir protegiendo aquello que lo avergonzaba.

–Me llamo Jacobo y vengo a estudiar siempre a este lugar. –En un acto de supremo valor se aproximó a ella y admiró sus bellos ojos verdes, sin soltar para nada su camisa.

–Mmm. Que hermosa camisa usas Jacobo. –Las chispas de sus ojos le indicaron que SÍ sabía ella que le estaba ocurriendo. Recién notó que la desconocida era mayor que él; su mirada era desafiante que no parpadeó nunca, mostraba sus blancos dientes en una sonrisa que terminó por molestar al muchacho, quien sin decir “agua va” la tomó de la nuca y besó sus rojos labios, como si quisiera castigarla.

Totalmente sorprendida por el acto del joven, Mariza cayó de rodillas en la arena, permitiendo que él viera sus hermosos senos. Esto terminó por derribar toda timidez de Jacobo, quien arrojó lejos libro y camisa; ella miró hacia todos lados y se echó en la arena.

–Jacobo, por favor bota el quitasol,… no quiero que nos vean si alguien llega.

Despierto ya el muchacho estiró su brazo y derribó la sombrilla, quedando ambos ocultos.

Ahora fue ella quien lo tomó de su cuello y lo atrajo.

–¡Ámame! –Su voz sonó suplicante. No necesitaba que ella lo pidiera, con rapidez hizo algo por instinto, prácticamente le arrancó la pieza baja del traje de baño y sintió que la hábil chica le desabrochó el cinturón y su pantalón. Dio una última mirada para comprobar que estaban solos y detrás del quitasol; cayó sobre la muchacha, tocando su húmedo centro se hundió en un lago de placer voluptuoso.

Junto al chillido de las gaviotas, se escuchaba el jadeo de ambos jóvenes, hasta que llegaron al clímax: ella con un pequeño gritito y él con un enorme suspiro.

Aún estaban abrazados y sus corazones latían con fuerza, cuando escucharon un coro de risas que los hizo volver a la realidad.

¡Maldición! Ahí estaban sus compañeros de curso; los varones estaban casi encima de ellos, pero sus amigas estaban algo más alejadas, algunas con sus mejillas rojas, pero todos reían de Jacobo y su desnudez.

Se subió el pantalón y ella se cubrió con una toalla. Su amigo Ernesto, orgulloso, gritó:

–¡Miren al Feo Jacobo con lo que salió! … Y tan seriecito que se veía. ¡Viva el Pícaro Jacobo!

Se alejaron riendo y con este mote quedó. Con rapidez se supo de su aventura en la pequeña ciudad. Unos decían más o menos lo que ocurrió, otros le agregaban más.

La vida de nuestro héroe cambió radicalmente; ya no hacía bromas infantiles, las chicas lo admiraban y cuchicheaban cuando lo veían y los muchachos lo envidiaban. Muchos se preocuparon por sus hermanas, ya no lo recibían en sus casas con la confianza de antes.

Mariza, la bella, estudiaba en la gran ciudad y rara vez se la veía; resultó ser la hija de un alto funcionario de gobierno recién llegado a la región.

Así fue el cambio de apodo de Jacobo el Feo a Pícaro Jacobo, que comenzó sus aventuras amorosas contadas por muchos; muchas eran verdaderas, así como muchas eran exageradas.

Ya sabremos de alguna otra aventurilla de este pícaro.

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