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El fuego iluminaba el cielo. El calor y las llamas amenazan con destruir las pocas estructuras y las aún más débiles formas de vida que luchaban por su sobrevivencia. Era el final, el final de todo. El final que había sido presagiado desde el mismísimo principio de los tiempos.
Fernando, el último de los hombres, corrió por entre las ruinas que alguna vez fue una radiante y prospera ciudad.
Tomo el delicado brazo de Coquita, y con una mirada silenciosa le ofreció la última visión de esperanza de aquel moribundo mundo.
-No.- respondió ella, y se alejó, dejando a Fernando.
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