Soñado viaje a Italia.
Me despierto. Miro el techo. ¿Dónde estoy? No puedo pensar, solo oler. Un aroma familiar pero a la vez nuevo, no es totalmente el mismo. Queso, eso mismo, hay olor a queso. Y no ese queso que disgusta, sino ese queso que con simplemente olerlo te abre el apetito y te da ganas de correr a probarlo. Sigo sin abrir mis ojos, solo puedo oler. Al cabo de unos segundos llego a la conclusión de que ese aroma a queso no pertenece a cualquier queso, sino que a la mismísima Mozzarella.
Abro los ojos. Me levanto. Estoy vestida. Vuelvo a preguntarme ¿Dónde estoy? Siento un agradable calor en el ambiente. ¿Llegó el verano? Imposible, es veintiocho de julio en Uruguay, pleno invierno. Llevo puesto un vestido rojo vivo, sandalias abiertas y sombrero estilo corte inglés. ¿Qué es esto? No entiendo, estoy confundida.
Lo primero que veo es un espejo. Me arreglo y salgo de esa enorme habitación, la cual tiene un ventanal aún más grande con vista a un hermoso jardín. De nuevo ¿Dónde estoy? Apenas salgo me encuentro con una mujer, muy pequeña en comparación a mi altura y de tez morena. Intento hablarle. –Disculpe, ¿puede decirme dónde estamos?-pregunté. Intento contener la risa, su rostro es una obra de arte. Entendió lo que dije pero no sabe responderme y a su vez, está asombrada por mi pregunta. –Non parlo Spaggnolo- contesta. Al instante pude darme cuenta de que ese lugar, indiscutiblemente no era Uruguay, sino que estaba en Italia. En la bellizzima Italia.
No sé por qué pero no me importa. Mi mayor deseo siempre fue viajar y viajar especialmente a Italia. Estaré soñando o no, pero ¡estoy en Italia! Vuelvo a la habitación, tomo el bolso que pude ver en a un lado de la cama, el cual supuse que era mío y me voy sin rumbo, a conocer éste bellísimo lugar.
Sé italiano, no sé cómo pero entiendo lo que las personas me dicen y puedo contestar. Esto no es nada normal, pero repito, por alguna extraña razón no me importa.
Tengo hambre y estoy en Italia, en el centro de la ciudad de Roma y quiero comer algo. “Ristorante Piperno” es lo primero que leo y al lugar que definitivamente me dirijo. Quiero comer alcachofas, sé que es una comida pero no sé qué son, solo sé que quiero comerlas. Se las pido a la mesera del lugar y quedo atónita de lo fluido y entendible que es mi italiano. – Scusi, vorrei carciofi, grazie- digo con toda la seguridad del mundo. -Subito- responde. Significa enseguida, creo.
Pasan alrededor de cinco minutos y la mesera se acerca con un plato en el cual el color verde predomina. Las alcachofas son algo así como verduras, pero estás parecían fritas. Sin darle mucho más pensamiento al asunto, probé mi plato. No me gustaron, me fascinaron.
Termino mi plato en aproximadamente diez minutos, pago la cuenta y salgo algo apresurada del lugar. Tengo miedo de estar soñando y de que el sueño se acabe o de no tener tiempo para hacer todas las cosas que quiero hacer, que agregando, son muchas.
Quiero visitar tantos lugares. El Coliseo, la Fontana di Trevi, el Foro Romano, el Panteón de Agripa, el Arco de Constantino y muchos más. Soy esa típica viajera, si es que estoy viajando, que no se pierde de visitar un monumento, museo o patrimonio cultural, más allá de saber algo previo sobre esos lugares o no.
¿Qué hago? Quiero seguir probando platos italianos. Quiero tagliatelle, ravioli, spaghetti, maccheroni, lasagna. Sí, me encanta la pasta. Quiero probar el café italiano, el cual dicen que es exquisito. Quiero probar la mozzarella italiana, si bien pude olerla no pude comerla. Quiero pizza italiana, quiero focaccia, calzone, panini y no quiero irme sin haber comido rissotto. Quiero demasiadas cosas y no sé por cual empezar.
Sin rumbo, de nuevo, quedo totalmente inmovilizada. Acabo de ver al ser humano más bello de Italia ¿Qué Italia? ¡Del planeta! Alto, grande, moreno, ojos café, sonrisa encantadora y facciones indescriptibles, ni hablar de su estado físico…. Se me está acercando ¿Qué es esto? Ya me estoy preocupando, esto no me pasa muy seguido. No, obviamente que no muy seguido me despierto sin saber dónde y resulta ser en otro continente, pero bueno…volvamos al moreno, se me acerca y me pregunta mi nombre, en italiano obviamente. –Em....Em...perdón, Emilia- respondo tartamudeando. –Parla italiano?- me dice sonriendo. Me derrito y no puedo disimularlo, se llama Cato y me volvió totalmente loca. Charlamos un rato, me contó que es veintiocho de julio, al menos eso se relaciona con mi vida en Uruguay. Al estar en Europa, las estaciones son por lo general contrarias a las de América y éste sería el caso.
Cato se ofreció a llevarme a conocer la Fontana di Trevi, que de todos aquellos lugares que quiero ir, es el primero. Acepto, sin dudas, algo que comúnmente no haría considerando que lo conozco hace media hora, pero al parecer hoy no me importa nada, así que allí vamos.
Estoy tan entusiasmada, quienquiera me mirara y se daría cuenta de lo feliz que estoy en este momento. Esa sensación utópica, dicha por muchos imposible de llegar, siento haberla alcanzado, al menos por unos instantes, ya que al abrir la puerta del vehículo que nos llevaba a Cato y a mí a la fontana, solo alcanzo a ver una pared blanca.
¿Otra vez? Y peor, ésta vez ya entendía todo, a diferencia de aquella vez que desperté totalmente sin saber dónde estaba. Estoy en Uruguay. No quiero. Quiero volver a Italia, quiero volver a la comida italiana, a los monumentos italianos y en especial a Cato. ¿Por qué justo en ese instante tuve que despertar? Nunca lo sabré. Al menos ahora puedo dar explicaciones de cómo sabía aquellas cosas, los nombres de las comidas, los nombres de los monumentos, cómo sabía hablar italiano. Simple respuesta, mi sueño es ir a Italia y por eso sé muchísimo sobre ella. De todas formas sigo con la duda de por qué justo en el momento más soñado que desde hace largo tiempo tengo, conocer la Fontana di Trevi, desperté, pero si hay algo que sé, es que no dejo este mundo sin haber viajado a la bellizzima Italia.
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