Estás sentada a mi lado,
dando vida a mis idas,
sediento de esas emociones caladas;
tus ojos como el regalo de otro amanecer.
Sigo tentado a creer que tu cuello
es la estampa que anuncia
la llegada del otoño,
ese que cubre mi tejado de hojas.
Así descubro mi historia,
perdida entre tus sabanas;
en mis dedos, que te abarcan
acompañando a tu delicadeza.
Busco sin cesar la sombra
de tus labios, sinfonía truncada en rosa;
haciéndome sentirte más adentro,
dando sentido al rompeolas que es mi vida.
Lejano testimonio es el mundo
cuando juego con la desnudez de tu vientre,
sumido en paraísos oníricos
enmarcados en el calor desprendido en tu centro.
Soy uno con tu espalda
arropando tus miedos cada noche,
sintiendo la inmortalidad de tu cintura;
caída de las primeras auroras.
Y en breve, volveremos a bailar
esa canción que no tiene final,
en la que me haces subir y
encontrarnos convertidos en aire.
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