La mañana cruje sobre tu caminata, princesa. El velo que cubre tu sonrisa se borra tras la partida de la noche oscura. El mundo, rendido al reino de enseñanzas que solo conquistaron tus ojos, deja abierto un campo de suaves pétalos de rosas para admirar. Traes paz a un mundo condenado a la violencia incomprensible, traes memoria a la verdad. Eres el dios a quien quiero rezarle todas las mañanas, eres la poesía que le recitaría al sol más puro del universo. Tus ojos verdes, puros como mil estrellas, hacen eco en la profundidad de mi alma azotada por las nubes.
Si caes, me encontrarás allí, hundido en tus propias penumbras, encadenado a tu libertad. Si sonríes, bajo el cielo que tanto amas, posaré mis manos para acariciarte. No habrá luz que encandile tus ojos si los posas en mí, solo brillará por siempre la magia de tu vulnerabilidad. La Luna, escondida bajo su impredecible antifaz blanco resplandece tras tus pasos y deja a la lluvia en ridículo.
Las piezas de tu rompecabezas lucen tan naturales, como el verde que crece de la tierra o como un niño dentro del vientre de su madre. Tus heridas, profundas, me invitan a bailar. De cerca, veo en ti el sueño de una pequeña niña que solo quiere felicidad. De lejos, la atracción del camino me deja perplejo. Recito tus frases contra el espejo de la tormenta solo para ver como escampa. Duermo para ver que algún día, temerás a mi lado, y entonces nunca llorarás.
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