Seda china ecológica beige

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Empiezo el año con una crisis de identidad. Cuando me miro al espejo, mi cara hace la competencia a las máscaras de la obras teatrales de la Grecia. Es pálida como la de un cadáver infeliz y atormentado. Almodóvar quiso contratarme para la película que acaba de estrenar: “En la piel que habito”. Le dije que no; que a mi edad ser famosa no era “cool”. Ya estoy jubilada aunque no lo parezca. 

Cada día me asiento en mi tocador de princesa y me embetuno de cosméticos caros franceses, más que nada para recordar un poco las raíces dónde crecí: en la Francia de Georges Pompidue y en donde me hice mujer. Bueno… La verdad es que son los únicos que me disimulan con su efecto colágeno el rastro de arrugas dejado por el lifting que me regalé. El espejo me permite tener un control muy preciso de la evolución del bótox.

Me gusta ahorrar hasta el último céntimo, pero me derrito de placer incontrolable gastar grandes cantidades de dinero sin pensarlo. Esa dualidad me permite vivir sin remordimientos, cómodamente y al día. No pienso en el mañana porqué no existe. Siempre he pensado que padezco de alguna enfermedad mental degenerativa. Como diría Eduard Punset que vive en Fonteta: “Hay que pensar en la vida y no en la muerte”. Me río un poco de esa afirmación, pero le doy la razón, es más barato estar viva porqué esa sensación no la debo comprar, ya la tengo. 

Mis hijas me han puesto un ultimátum amenazándome y comentándome que no les parecía bien que tengan que pagar las facturas de la tarjeta de crédito ellas y compre sin control ni previsión. Les voy a hacer caso y con lo cual, a partir de ahora voy a ser previsora y consecuente con el dinero. He decidido que me voy a dar un gran último placer y lo voy a pagar en efectivo con los ahorros de mi difunto marido Francisco. Me voy a comprar un ataúd. Por el momento lo voy a poner en el comedor o en la sala de estar. Lo adecuaré un poquito para poner el televisor encima y colocarle unas plantitas por aquí y por allá para darle un poco de vitalidad al “asunto”. Es de esos modernos de lujo, de doble tapa y forro de seda china ecológica de color beige. Mientras tanto a Mariela, mi gata, la voy a dejar dormir en las noches en él. No creo que se queje. Es una gata con mucha paciencia. Cuando estoy enfadada, ella me mira y no exclama nada y sigue con sus quehaceres diarios de pulirse y lamerse el pelo al más puro estilo de indiferencia masculina. ¡Me encanta porque no me contradice!

Os puedo garantizar que esa compra me va a ser muy útil, ya que tengo cáncer terminal.


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