El interior de la nave, con todos los adelantos que la tecnología actual podía proveer, era espacioso y cómodo. Los cuatro jóvenes estudiantes, dos muchachas y dos jóvenes, se maravillaban con las imágenes que veían a través de los paneles transparentes. Claro, pasaban tan rápido que, cuando se admiraban del color y los satélites de un hermoso planeta, ya estaban admirando otro; lluvias de asteroides, pequeños o más grandes, y uno que otro planetoide que el radar adaptado a la computadora espacial los detectaba y esquivaba con extraordinaria habilidad, salvo que tuviera que pulverizarlos en la eventualidad de producirse una colisión.
El Capitán Romsoe, un hombre joven, con un gesto simpático que mostraba su pasión por estos viajes, sin mostrar autoridad innecesaria, también gozaba del espectáculo.
–Quien iba a pensar que en tan poco tiempo lograríamos tener naves tan adelantadas –comentó el moreno Risky, uno de los cinco tripulantes–. Creo que las primeras deben haber sido terriblemente incómodas –continuó–, sin poder evitar los vaivenes de la inercia en cada movimiento brusco.
–Sí, estimado, Risky –sonrió el encargado del viaje–, ahora no necesitamos ir amarrados a nuestros cómodos sillones ergonométricos. Realmente es una delicia viajar como si estuviéramos en tierra.
Los trajes plateados, muy cómodos, que los diseñadores de ropas para los viajeros intergalácticos se preocuparon especialmente de ese detalle. Los varones mostraban sus musculosos cuerpos y las dos muchachas sus estupendas figuras en coquetos y minúsculos trajes.
Las risas y bromas no obstaban para que cada uno hiciera la tarea que se le había ordenado. Un zumbido agradable los detuvo y prestaron atención a la bella mujer de la pantalla: el sistema computacional estaba informando.
–Atención damas y caballeros exploradores, nos aproximamos a nuestro destino. En menos de un minuto podremos estar estudiando la superficie del Planeta Mortal.
Cada uno de los estudiantes sabía que estarían presenciando aquel legendario planeta, casi mítico por los peligros que allí existían. La emoción y la adrenalina los tenían prestos para ver aquello que sus profesores les habían ilustrado desde su niñez; sin embargo, tenían la certeza de estar a salvo con los increíbles adelantos de la ciencia.
La agradable voz de la bella mujer de la pantalla, modulaba con musical suavidad cada palabra.
–Quiero recordar a los alumnos que presenciarán casi en el terreno mismo una parte de la historia de nuestro amado planeta. La humanidad había progresado tanto en estas últimas centurias, que los primeros exploradores del espacio exterior salieron entusiasmados a recorrer la galaxia, sin medir consecuencias. Nunca se supo de dónde llegó la Enfermedad Mortal, si por experimentos o por un virus o similar venido de las profundidades del universo; se especula también que puede estar oculto en uno de los tantos mundos que hemos visitado, pero hasta la fecha no hay vestigios que indiquen donde comenzó la terrible debacle.
“Los primeros en ser infectados fueron internados en los hospitales del subsuelo, aislamiento total. Pasó el tiempo y otros fueron infectados, el Gobierno Central se encontró con tan grande dilema: no podía destruirlos porque quebrantarían la principal Ley, no matar.
“Pero, como casi por casualidad surgió la solución, enviarlos a este hermoso planeta y que el Creador decidiera que iba a suceder con ellos, sin pasar por la repugnante necesidad de matarlos.
“Desde entonces permanecen estos pobres hombres y mujeres en un estado maldito que los llevó a vivir como animales.
“Les quiero recordar también que el principal síntoma es la muerte a corto o muy cortísimo plazo; que sus mentes enloquecieron y los obligaba a matar y autodestruirse.
“En continuos viajes de exploración y observación, hemos visto como se han ido adaptando a su situación.
La nave, con su forma ovoide y brillante, atravesó un espeso manto de nubes; desplegó una nube similar a las que había en esa atmósfera tóxica, detrás de la cual se ocultó la nave.
–Antiguamente andaban como animales, se despojaron de sus ropas y gruñían como tales. Pero los reportes de los científicos mostraron un evidente adelanto. Nos aproximaremos a sus actuales viviendas y a los adelantos que han logrado, pese a la enfermedad.
El brillante ovoide, atravesando una venenosa capa de humo, se aproximó a edificios cuadrados, separados por caminos donde se arrastraban arcaicos vehículos y se veían los malditos caminando enloquecidos golpeándose y matándose entre ellos. De pronto las bestias quedaron mirándolos; la nave había perdido su camuflaje; ahora eran los tripulantes víctimas de la curiosidad de ellas, quienes señalaban hacia el cielo, mientras un artefacto rústico y lento se disponía a atacarlos.
El joven Capitán Romsoe, tomó de los hombros a las dos muchachas, y todos estaban como hipnotizados ante tanta barbaridad, reflejando en sus hermosas caras una lástima y piedad infinitas.
–Lo siento, muchachos, esto es demasiado fuerte –dirigiéndose a la pantalla, ordenó–. ¡Rápido, sácanos de este peligro, podemos ser contagiados!
Moviéndose de un lado a otro para evitar la embestida de los locos, la nave se alejó velozmente hacia el cielo y pasó por el lado del satélite natural que estaba en cuarto menguante.
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